¿Lo que hace el mico, hace el mono?

En materia de destrucción de monumentos a modo de protesta, ¿es una excusa válida, o una forma de atenuante alegar que lo que hace el mico, hace el mono?

La pregunta es oportuna porque en el caso de la destrucción del monumento a José María Reyna Barrios, perpetrada en octubre de 2021, la defensa del principal acusado presentó un testimonio antropológico en el que se presentaron los casos de indígenas que derribaron el monumento a Cristóbal Colón, en Chiapas, México, en 1992, y el caso de la estatua de Saddam Hussein derribada en 2003 con ayuda de marines del ejército de los Estados Unidos de América.  Puedes ver la noticia en Prensa Libre del 9 de febrero de 2023, página 3 porque no encontré el enlace.

La foto la tomé de Facebook.

El caso es que la práctica violenta de destruir monumentos para reescribir el relato histórico al gusto de los destructores -o para borrar y cancelar personajes históricos- pasa de ser controversial a puro vandalismo.

La historiografía es ciencia y arte, tiene métodos y escuelas, combina hechos e interpretaciones que en una sociedad abierta sirven para comparar y contrastar e invitan a conversaciones que pueden ser intensas, o no.  El rol de los personajes históricos debería ser explorado, expuesto, debatido, platicado, pero en una sociedad abierta, la violencia debería estar excluida de aquellos procesos.  El papel de algún personaje puede ser nefasto; pero si tuvo un papel fundamental e importante en la historia de un país y si dejó su impronta, ¿es necesario destruir sus recuerdos?  ¿Hay una mejor opción que salir a las calles en mara, portando una camiseta del che Guevara y con acompañamiento internacional a buscar qué estatua decapitar?

Frente a la historia, estoy seguro de que es mejor usar los monumentos como objetos de paideia o formación.  Pueden ser instrumentos para crear oportunidades pedagógicas, para cuestionar narrativas, exponer nuevas perspectivas, ampliar el conocimiento y fomentar la cultura de diálogo.

Frente a la violencia de los orcos, estoy seguro de que es mejor la curiosidad intelectual de mentes activas dispuestas a sostener conversaciones pacíficas y civilizadas en busca de la verdad.  ¡Y allá aquellos que, en otros tipos de sociedades, prefieren actuar como simios!

Yo diría que la inconoclasia sólo se explica, aunque no necesariamente se justifica, durante los siempre peligrosos momentos de violencia que pueden ocurrir cuando se trata de derrocar tiranías colectivistas y totalitarias; en las que toda posibilidad de diálogo y solución pacífica ha sido eliminada.  Como cuando se derrumbaron el socialismo soviético, o el nacionalsocialismo, por ejemplo.  Ciertamente, no basta que un personaje evoque desigualdad para que los vándalos puedan proceder impunes a la destrucción y a la barbarie.

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