Tuve una escala de 10 horas en Estambul y decidí quedarme en el aeropuerto en vez de entrar en la ciudad a causa de los recientes ataques terroristas en el centro. Y luego un ataque terrorista ocurrió en el aeropuerto. Dos grandes explosiones seguidas por cientos de personas gritando y corriendo. En medio de la carnicería, una anciana asustada -de Gran Bretaña- se acercó a mí y me preguntó si hablaba Inglés. Cuando dije que sí, ella me agarró del brazo y no me dejó ir. Juntos recorrimos la terminal y nos escondíamos detrás de tiendas y pilares cada vez que otro gran grupo de personas pasaba corriendo en pánico. Una hora más tarde, un hombre joven de Malasia se unió a nuestra banda impar. Había estado escondido en uno de los baños. Juntos hicimos cola y caminamos durante horas por el aeropuerto y durante la noche, entre manchas de sangre y escombros, tomados de la mano a través de de multitudes en pánico, de modo que no nos separáramos y no nos perdiéramos. Ahora estamos varados y no sabemos dónde está nuestro equipaje, ni cuando vamos a volar fuera de aquí; pero estamos felices de estar vivos. Otras 50 personas no tuvieron tanta suerte esta noche. Así relató mi cuate, Markus Bergström, la pesadilla de película que él y miles de personas más vivieron en el aeropuerto de Estambul, Turquía luego del atentado terrorista de ayer.
Personalmente me alegro de que Markus y sus dos acompañantes circunstanciales estén bien; pero hubo 50 muertos a causa de los terroristas y quién sabe cuántos heridos. Quise compartir el relato de mi cuate porque tiene un enorme contenido humano. Porque la guerra terrorista contra Occidente sigue causando muertes y miedo. Porque en medio del horror y la vulnerabilidad, siempre es posible encontrar ese tipo de solidaridad y bondad que -lejos del odio y la violencia- es una de los rasgos que nos caracterizan como seres humanos.
Y tiene relación con tu post anterior, ya que esas personas, que actual residente de la Casa Blanca se niega a llamar terroristas, ven a las mujeres como basura, sin ningún respeto. Es importante llamar a las cosas por su nombre, y las feministas tienen la tarea pendiente de apoyar las causas correctas