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Desde principios de los años 90 que voy a la playa de Monterrico y desde entonces que me gusta mucho ir allá. Primero, porque me agrada mucho la actividad de soltar tortuguitas recién nacidas al atardecer; y porque hay algo muy encantador en eso de celebrar la vida desde sus primeros momentos y desde sus momentos más cruciales. Segundo porque hay pocas cosas tan sencillas y deliciosas como ir a cenar pescado frito a El divino maestro, un comedor que está en la calle principal de la población. Este año cenamos pargo la primera noche, y robálo en la segunda noche. Y tercero porque la gente es muy hospitalaria, amable y servicial. Desde hace varios años prefiero quedarme en el hotel El pez de oro y nunca me han defraudado; además preparan un flan y unos panqueques que son de no perdérselos.
Desde hace ratos uno puede llegar a Monterrico por medio de Iztapa y el puente Verónica Michelle; pero antes, antes la única forma de llegar era por Taxisco y había que dejar el auto en la aldea La avellana donde uno tomaba una lancha para atravesar el canal y llegar a la playa. En aquel entonces Monterrico era, de verdad, un lugar aislado y remoto donde uno encontraba refugio. Ahora no es aislado, ni remoto, pero igual ofrece refugio.
El pueblo ha cambiado porque el turismo y los chalets han ayudado a elevar el nivel de vida de las personas. Uno podrá quejarse que ahora hay demasiada gente; pero es injusto hacerlo porque con la gente ha llegado una mayor actividad económica y más oportunidades para el comercio y los servicios. Todavía viví la época en que en el pueblo y en los hoteles sólo se aceptaba dinero en efectivo, y la época dorada en la que uno iba apuntando lo que sacaba del frigorífico de las gaseosas y las cervezas. Aquello ya no es así; pero la gente de esa población sigue haciendo que uno se sienta bienvenido.
Las dos noches que pasé allá nos ofrecieron cielos maravillosamente estrellados; y por si eso no era suficiente hubo fuegos artificiales. Y una noche de chelas y people watching en El animal desconocido, siempre es algo divertido.
Monterrico sigue siendo uno de mis refugios favoritos.