Han de estar, y estarán, que hace muchos años y en un país lejano vivía un rey que se preocupaba mucho por su vestuario. Un día escuchó a dos estafadores decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que Su Majestad pudiera imaginar. Esa prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido, o incapaz para su cargo.
Por supuesto, no existía, ni podían hacer semejante prenda; sino que el plan era que ellos, los sinvergüenzas, hacían parecer como que trabajaban en la ropa, pero estos se quedaban con los ricos materiales que solicitaban para tal fin.
Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda, o no el emperador envió a dos de sus hombres de confianza a verlo. Por supuesto que ninguno de los dos admitió que era incapaz de ver la prenda -ya que se delatarían como estúpidos y como incapaces- y comenzaron a alabar la pieza. Toda la ciudad había oído hablar del traje fabuloso y todos estaban deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.
Los estafadores hicieron como que ayudaban al Emperador a ponerse la prenda inexistente y Su Majestad salió con ella en un desfile, sin admitir que era demasiado estpúpido, o inepto como para no verla.
Toda la gente del pueblo alabó el traje del monarca, temerosa de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño exclamó: ¡El emperador va desnudo!
Inmediatamente la gente empezó a comentar la frase hasta que la multitud gritó que el emperador iba desnudo. Su Majestad lo escuchó y supo que la gente tenía razón, pero igual levantó la cabeza y terminó el desfile; y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
De este relato me acordé cuando leí que los presidentes de México y Centroamérica le exigieron al gobierno de los Estados Unidos que baje el consumo de drogas en su país; y que Hillary Clinton, secretaria de Estado, pidió que en el área sea elevada la carga que pesa sobre los tributarios para que continúe la guerra perdida contra las drogas.
Por favor, que álguien les diga a Clinton, y a Alvaro Santa Clos Colom y a sus colegas, que el emperador va desnudo.