Cuando me preguntan, siempre les digo a los potenciales visitantes de Guatemala que las mejores temporadas para venir son: Entre noviembre y febrero por el clima; y la Samana Mayor porque todo el país se pone en Semana Santa Mode. Voy a atreverme a decir que Guatemala es, en buena medida, la Semana Santa. En el sentido de que en esta temporada se manifiesta una inmensa variedad de expresiones culturales que van desde la comida, hasta la música, pasando por las procesiones y el carácter chapín, para mencionar sólo unas. La Semana Mayor es importante para los guatemaltecos; para unos mas y para otros menos, pero no es posible ignorarla.
Dicho lo anterior, la Semana Santa no es igual ahora que cuando yo era niño. En mi familia, la Semana Mayor siempre fue sinónimo de playa, Panajachel, o de paseos….y de comida. De cuando en cuando nos quedábamos por la ciudad y participábamos en las tradiciones culturales propias de la conmemoración; pero generalmente no se exageraba el tono religioso.
Y claro, no es lo mismo una inmensa fiesta popular que dura como 60 días, incluyendo la Cuaresma, en una ciudad de 500,000 habitantes, que en una de cerca de 4 millones, incluyendo el área metropolitana.
Evidentemente ocurren cosas como el hecho de que le paso de las procesiones viola el derecho de las personas a la libre locomoción. No hay tal cosa como un derecho a organizar una procesión, si esa posibilidad viola derechos de terceros. Empero, toleramos aquella violación proque existe una forma de acuerdo social en el sentido de que es una fiesta para todos. Pero el acuerdo es precario porque se basa en una violación de derechos; y es precario porque el catolicismo ya no es la religión prevaleciente entre los chapines. Va a llegar el momento, digo yo, que vamos a tener que discutir sobre ciertos aspectos de la celebración de la Semana Mayor.
Tal vez es cosa mía, pero tengo la impresión de que este año se quedó más gente en la ciudad de Guatemala, que el año pasado; y ciertamente más que hace cuatro, o cinco años. Si esa tendencia continúa, algunas cosas van a tener que cambiar.
Este año, por ejemplo, Tu Muni dispuso que los automóviles no podrían entrar al Centro Histórico el Viernes Santo por la noche, día en que tres enormes (¡pero enormes!) procesiones recorren esa zona de la urbe. Así de lejos y sin mucha meditación, la idea parece buena; pero tiene inconvenientes graves.
Lo primero es que las procesiones les quedaron muy lejos a ancianos y niños. A ciertas edades, no es lo mismo caminar 3 cuadras y esperar más de una hora para que pase la procesión, que caminar 6 o más cuadras y esperar la hora. Y luego tener que regresar. Quizás es tiempo de pensar en Tuk Tuks para estas ocasiones; pero no forzados, ni subsidiados, ni nada parecido.
El otro inconveniente es que no hubo estacionamientos. Y no es lo mismo dejar el carro en la calle -en una ciudad en la que abundan los ladrones de carros- en calles por las que están pasando las multitudes, que dejar el vehículo en una calle marginal…y luego tener que regresar a él.
Yo nunca he visto asaltos durante las procesiones; pero este año a un cuate de Facebook le robaron su móvil en la salida de la procesión de La Merced; y a mi amiga Lissa se lo robaron en la 18 calle. La seguridad es un asunto importante si se va a obligar a la gente a caminar y si se la va a obligar a dejar su vehículo lejos, lejos.
Hace unos 10 u 8 años yo iba a La Antigua a ver el paso de San Felipe frente a la Catedral, en el Viernes Santo; y dejé de hacerlo una vez que la inmundicia en las calles me pareció extramadamente ofensiva. Y hace ratos, mi cuate Eddy me dijo que la desventaja de vivir en el Centro Histórico es que todo huele a meados. Pues bien…durante las procesiones, el olor a orines se multiplica y se mezcla desagradablemente con el aroma a incienso y a corozo. Tal vez es tiempo de que Tu Muni organice -con seriedad- sanitarios públicos confiables y razonablemente higiénicos.
El cambio es la constante; y sobreviven las especies (y las costumbres y las normas) que mejor se adaptan a los cambios.