Ayer, una lectora de periódicos se queja, ¡con razón!, de la propaganda política que contamina las carreteras del país. Cuenta que fue al Volcán Tacaná y da a entender que le desagradó ver árboles, postes y rocas pintadas con propaganda política. Yo también tuve ese disgusto cuando anduve por Oriente a fin de año. Y la verdad es que, si no fuera tan importante evitar que continúen el latrocinio y la impunidad que propicia la Unidad Nacional de la Esperanza, hasta el punto de que hay que votar contra ellos, lo que a mí me gustaría es no darle mi voto a ninguno de esos sinvergüenzas que ensucian todo con pintas y propaganda.
No sólo por sucios, sino porque es evidente que están pasándose la ley electoral por el arco del triunfo. Luego discutiremos que esa ley es medio idiota; pero ese es otro par de zapatos. Lo que es inadmisible es que los políticos estos sean tan sucios y que retuerzan la ley para no cumplirla.
Yo también vi esa patética propaganda a principio de año cuando fuimos a las playas de Monterrico. A mi me resulta desagradable, burda y contraproducente.
Muchas veces al ver la “propaganda” pintada en piedras, árboles, reversos de letreros y cuanto lugar se preste, me he preguntado si de verdad tiene algún efecto. Espero que no. Hablaría muy mal de nuestro criterio como ciudadanos para elegir un gobierno.
[…] deliberadamente ignoran la Ley Electoral y al Tribunal Supremo Electoral, o a organizaciones que ensucian el país […]