De Jaime, un amable lector, recibí la foto que ilustra esta entrada, acompañada por la siguiente nota: Soy lector frecuente de sus columnas y ahora de Carpe Diem. Hace unos días vi en la tienda de ropa que se encuentra justo al lado de Hooters en Plaza Obelisco el artículo ideal para su columna.
¡Gracias, Jaime! Por cierto que es interesante que en otras partes del mundo hay
bebidas que se llaman
Carpe Diem, y
restaurantes que llevan ese nombre.
Mis sandalias más célebres fueron unos caites de puro cuero y suela de llanta que compré c. 1980 en Panajachel. Su olor a cuero era extraordinario, y quien más lo disfrutaba era Nicolás, el gato de mi abuela, Frances. Nicolás tenía tres vicios: Los calamares que de vez en cuando le compraba mi padre, la hierba de gato o catnip, y mis caites. Ese gato entornaba los ojos y se restregaba sobre mis calzaduras de un modo que no no podía sino tratar de imaginar qué enorme placer le le causaban.
Mis caites de suela de llanta tuvieron un lado oscuro: durante muchos años los usé con calcetines blancos; disparate que sólo se explica porque eran los 80 y ¡vea usted!, porque Michael Jackson usaba calcetines blancos.
Para mediados de los años 90 mis caites llegaron al fin de su vida útil y rápidamente los sustituí por otros de igual manufactura. Empero, ya no tuve la paciencia para domarlos, ya Nicolás no podía disfrutar de ellos y no tuvieron el éxito que alcanzaron sus predecesores.