El perro del hortelano, según la tradición popular basada en una comedia de Lope de Vega, ni come, ni deja comer.
Perros de hortelano son los chapines que quieren energía eléctrica barata y abundante; pero que se oponen a la construcción de hidroeléctricas. Así son los chapines que quieren empleo y buenos salarios; pero que se oponen a la instalacion de industrias y a la explotación de los recursos naturales para convertirlos en riqueza. Exactamente como los chapines que no dudarían en usar un teléfono móvil para llamar a un médico, o a un taxi; pero no quieren antenas de telefonía en su vecindarios.
Una de esas personas aseguró que “hay estudios sobre los efectos dañinos que producen esas antenas en la salud de las personas, como el riesgo de contraer cáncer”; pero nada de esto ha sido probado. Sin embargo, si aquel extremo fuera cierto remotamente, ¿a qué vecindarios deberían ir a parar las antenas de telefonía móvil? ¿Es posible y útil confirnar las antenas de telefonía a lugares deshabitados? ¿Deberíamos prescindir del todo de la telefonía móvil?
Actidudes así -contra la tecnología y basadas en rumores- me recuerdan a las de los luditas que, en el siglo XIX, se oponían violentamente a las máquinas y la tecnología emergente de aquel entonces. Los neoluditas del siglo XXI obstaculizan la revolución digital, la biotecnología, la tecnología de telecomunicaciones y otras formas nuevas de desarrollo; en parte por ignorancia, pero no ajenas a movimientos ideológicos que aprovechan la candidez de la gente sencilla.