¿Quién no vio el incidente del piloto que embistió a un motociclista en la zona 9? Hay muchos estrés y crispación allá afuera de modo que se hace muy necesario ponerles atención a la salud mental y a los buenos modales.
Tanto los encierros forzados del 2020 como el agravamiento del tráfico en la ciudad de Guatemala están teniendo efectos en el comportamiento de las personas en la calle. Los primeros representaron un desafío masivo para la salud mental de millones de personas en todo el mundo. Los encierros forzados generaron un estrés prolongado y disruptivo en la vida diaria, y en muchas personas afectaron aspectos emocionales como aumento de ansiedad, tristeza profunda y hasta depresión; sensación de soledad y aislamiento; estrés y miedo prolongado; y pérdida de control y frustración. Los jóvenes fueron los más afectados.
Cinco años después, los encierros forzados siguen teniendo efectos en mucha gente debido a la interacción de factores psicológicos, sociales y neurobiológicos que dejaron huellas duraderas. Los encierros no fueron un evento aislado, sino una experiencia disruptiva que alteró estructuras fundamentales de la vida diaria, generando consecuencias a largo plazo: traumas acumulados y estrés crónico; alteración de patrones sociales y emocionales; impactos en el desarrollo de niños y adolescentes; efectos socioeconómicos persistentes; refuerzo de patrones cognitivos negativos; y descuido de la salud mental.
¿Y el transito?
A todo aquello súmale las dificultades del tránsito, causadas en parte porque durante los encierros la Municipalidad de Guatemala y el gobierno asesinaron al transporte colectivo urbano e incentivaron la multiplicación acelerada de motos y automóviles en las calles. Esas dificultades se han profundizado y agravado en las últimas tres o cuatro semanas. El miércoles pasado tardé dos horas y media para ir desde mi casa, en la Villa de Guadalupe, en la zona 10, al antiguo convento de Santo Domingo en la zona 1. ¡Dos horas y media! Es lo que hace diez años hacía entre la ciudad de Guatemala y Panajachel, sin correr en la carretera. No puedo ni imaginar cómo es esa experiencia para quienes pasan por ella a diario, y menos para los que lo hacen en transporte colectivo en vez de ir en sus carros cómodos.
Dicho lo anterior, es un hecho que el tráfico es una realidad que, una vez en él, no podemos controlar ni evitar. En esas condiciones, ¿sobre qué sí tenemos control? Sobre nuestra actitud en esa situación. Sobre la forma maleducada, o educada con la que nos conducimos en el tráfico.
El jueves vi dos situaciones que ilustran lo que quiero compartir: la primera es la de los conductores que bloquean cruceros. Mucho del tráfico complicado se debe a esos personajes que, por avanzar tres metros, se dejan ir cuando tienen semáforo en verde sin tomar en cuenta que la fila no está avanzando y que hay muchas posibilidades de que bloqueen el crucero. Esto se puede prever con bastante facilidad si uno está en el aquí y el ahora, alerta como debe ser. Es el caso del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, y que, de forma irracional, hace más complicada una situación que ya es difícil.
La segunda es la de los conductores que quieren cambiar de carril, o atravesar carriles, escondidos detrás de los vidrios polarizados de sus automóviles, sin tener la educación de pedir paso —por favor— como si sus padres no les hubieran enseñado reglas básicas de cortesía. Solo presionan y se dejan ir, y causan tensiones innecesarias. A ellos no es raro que se les sumen los conductores que, ¡por nada del mundo!, van a dejar que se les atraviesen y metan. Y por avanzar tres metros, bloquean al que está tratando de cambiar de carril o atravesar una vía. Es por este tipo de gente, por ejemplo, que Facundo Cabral dijo que hay que ser feliz en este mundo porque los que son infelices se la pasan jodiendo a los demás.
Si el que se atraviesa bajara la ventanilla y el que puede dar paso bajara la suya también, la relación tensa no sería entre dos máquinas. Sería una situación entre dos seres humanos que —en una circunstancia desagradable y muy temporal— tienen la oportunidad de comportarse de forma civilizada y cordial, en vez de competir por ver quién es el más cabrón.

El carro gris trataba de cruzar tres carriles y el carro negro le bloqueó el paso. Ninguno bajó su ventanilla.
Una ética mayor
Como escribió Henry Hazlitt, los modales son una ética menor; pero en otro sentido son una ética mayor porque son la ética de la vida diaria. Desde esa perspectiva, la moralidad cotidiana debería preocuparnos más que la moralidad en tiempos de crisis porque, como explicó Ayn Rand, por su naturaleza, las emergencias son temporales, y si perduraran, la vida humana se extinguiría.
En un mundo donde el tráfico y el estrés son inevitables, los buenos modales y el cuidado de nuestra salud mental son las herramientas que nos permiten no solo sobrevivir, sino vivir con dignidad y respeto mutuo. Cambiemos nuestra actitud, recuperemos la cortesía y construyamos un entorno más humano, ¡aunque sea desde el volante!



