Se enjuiciarán los actos, verás, lo que hiciste y lo que no, las posturas y el color de tu pabellón, y habrá que decir por qué, cómo y cuándo, y para qué, por dónde y por qué razón y con qué ambición, así dice una canción de Patxi Andión que cito, no porque crea en un juicio final místico, sino porque estoy convencido de que nuestras acciones tienen consecuencias y de que debemos hacernos cargo de ellas frente a nosotros mismos. Incluso los jueces, fiscales, oenegeros y burócratas activistas.
Me acordé de esos versos cuando vi El caso Sperisen, una vergüenza judicial, documental que con trocitos y con detalles explica cómo es que a Erwin Sperisen, exjefe de la Policía Nacional Civil de Guatemala, le fueron violados sus derechos humanos y sus garantías procesales, según resolvió el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos.
¿Violados por quiénes? Por una coalición aterradora de ONG, jueces, fiscales, burócratas, operadores políticos y activistas que, de la mano de la CICIG, se coludieron para mantener a Sperisen tanto tiempo como fuera posible en una prisión infame —y sometido a tortura— en abierta violación a la presunción de inocencia y con más ansias de venganza que deseos de hacer justicia.
En un proceso por encargo, los perpetradores de aquella vergüenza cometieron una serie de estafas judiciales para las cuales no dudaron en fabricar y presionar testigos, producir testimonios contradictorios, engañar a una anciana supuestamente denunciante, obstaculizar la defensa, considerar innecesaria la presentación de pruebas contundentes y manipular supuestas evidencias, hasta conseguir la barbaridad de declarar a Sperisen cómplice de una persona inocente. Repito: ¡declarar a Sperisen cómplice de una persona inocente!
El juicio estalinista al que fue sometido el exfuncionario puso en evidencia lo corrompido que está el sistema judicial de Suiza; pero no te engañes al preguntarte cómo es que cosas así pasan en aquel país, que no es una república bananera. Es capciosa esa aproximación. La venalidad y la podredumbre a todos los niveles de aquel sistema judicial tienen un común denominador: el socialismo. De ahí la conexión de los actores mencionados arriba y su intimidad con la CICIG; y para entender el fenómeno que es aquella comisión te recomiendo La CICIG, ¿experimento, o conspiración?, por Carlos Sabino, y Un libanés de San Marcos, por Aziza Musa.
Dicho lo anterior, el peor crimen de aquella coalición infernal no es solo haberle matado y arrancado casi 12 años de vida (zoé en términos griegos) a Erwin Sperisen, que ya es malo. Lo peor es que le mataron 12 años de ¡Vida! (bios en términos griegos) al padre, al esposo, al hijo, al amigo, al hombre independiente, productivo y orgulloso. Lo más desgarrador y conmovedor del documental no son solo los testimonios de los hijos y la esposa de la víctima (que también son víctimas), sino cuando estamos frente a ellos en la pantalla. Y no se quedó atrás el testimonio del hijo de Javier Figueroa, declarado inocente en Austria, donde el socialismo no consiguió jueces prevaricadores.
Por el lado malo, la lección que nos deja la experiencia de Erwin Sperisen y su familia es que la maldad existe y que el averno puede levantarse con ferocidad si tienes los enemigos necesarios. Pero por el lado bueno, la experiencia humana que nos deja aquella pesadilla (que no ha acabado) es el valor de tener propósito, el de la familia y el de los amigos; es entender el valor del para qué, frente al por qué; y el hecho de que lo que te pasa en la vida, no te determina.
Erwin Sperisen es el Alfred Dreyfus chapín y El caso Sperisen es un magistral Jáccuse…! que todo guatemalteco de bien debería ver junto a las personas que más ama.
Columna publicada en RepúblicaGt.