Las ordalías eran pruebas que invocaban el juicio de un dios para la solución de conflictos, o delitos. Mediante procedimientos y ritos se infería la inocencia, o culpabilidad del acusado. Por su carácter mágico, las ordalías fueron sustituidas por la tortura. Ese era el carácter de la justicia ancestral: misticismo y potro.
A veces el juicio divino era un combate y se creía que el vencedor era favorecido por la deidad. No era raro que la ordalía consistiera en tomar un hierro ardiente, o en caminar sobre brasas. Si el acusado sobrevivía, o resultaba con daños menores, era inocente. No todas las ordalías eran a base de fuego, el acusado podía meter la mano en agua hirviendo y demostrar que al tercer día las quemaduras estaban sanadas…si era inocente.
En occidente, la evolución del derecho penal se movió hacia bases morales y cívicas. Todo esto lo puedes leer en Derecho penal, de Eugenio Cuello Calón.
De esa evolución son parte las garantías procesales como la presunción de inocencia. En ese contexto es inadmisible que para capturar a alguien las autoridades le atraviesen un vehículo sin placas, que se acuda al allanamiento antes que a la citación, o la prisión provisional. Las garantías son para todos, no sólo para los amigos y socios.
En Guatemala, especialmente desde tiempos de CICIG, distintas facciones y sus hinchas han visto de menos el valor de las garantías procesales. Han operado sobre la idea de que la administración de justicia debe servir a la política y que, entonces, la ley es un arma y el juez un soldado; y quien dice juez, dice fiscal y dice procurador.
Para tirios y troyanos, ¡siempre!, la ley, las autoridades encargadas de la seguridad y los jueces, no deben servir a revanchas, a estrategias, ni a demostraciones de poder, sino a la justicia. Desde el miércoles pasado, los plañideros de Twitter -los mismos que hasta hace poco gritaban ¡Otro toro, otro toro! (como en 1920)- descubrieron el valor de las garantías que irrespetaron siempre que pudieron. Ojalá que, de esta, todos entendamos por qué es que a la justicia se la representa con los ojos vendados.
Columna publicada en elPeriódico.