En Santiago Sacatepéquez venden pollitos de colores y…pues..bueno. No se qué decir. Se ven chulitos; pero, ¿sufrirán algún daño por el teñido? Apuesto a que sí y esta producción mexicana, que me envió mi cuate Mario, ilustra cómo es que los pintan.
Cuando mis hermanos y yo eramos niños, en varias ocasiones recibimos pollitos a modo de sorpresas en fiestas infantiles. ¡Eran toda una responsabilidad esas criaturitas! Había que conseguirles una caja, ponerle periódico en el fondo, mandar a comprar arroz y maíz y triturarlos, ponerles agua en un recipiente y ponerles agua caliente en la bolsa para agua caliente forrada con una toalla vieja. Y había que mantener el agua siempre caliente. Siempre caliente.
Y los pollitos se nos morían a veces…o parecía que se morían porque ya no piaban, ni se movían; y mi mamá los revivía con mucho cuidado. Los calentaba con sus manos, o los ponía sobre el piloto de la estufa bien cubiertos con la toalla vieja. Los pollitos no eran un regalo para los niños, sino un dolor de cabeza para los padres.
A veces los pollitos crecían y entonces se los regalábamos a las señoras que trabajaban en la casa. Una vez optamos por quedarnos con el pollo hasta que se convirtió en galllo y…esa es otra historia.
La foto es por Tara Everhart.