El programa de mano de la obra Un tranvía llamado deseo, (de Tennessee Williams) dice que es una de las obras más importantes de la literatura norteamericana; y no me extraña que así sea. El choque brutal entre Blanche Dubois y Stanley Kowalski, en un apartamento miserable de la Nueva Orleans de 1947, es estremecedor.
Tanto el director, Guillermo Ramírez; como el elenco; y el equipo técnico del Auditorium Juan Bautista Gutiérrez; como Geraldina Baca-Spross y su equipo del Departamento de Artes Escénicas de la Universidad Francisco Marroquín estuvieron a la altura de las demandas que presenta una obra de teatro de aquella talla.
El sábado en la noche fuimos testigos de pasiones, deseos y desequilibrios expuestos de una forma en que sólo el buen teatro puede exponerlos. Temas como el círculo de la violencia, que tanto daño hace a algunas parejas y a algunas relaciones matrimoniales fueron talentosamente escenificados hasta el punto de que el público no puede sino lanzar exclamaciones en ciertas escenas intensas.
Por eso me extraño que algunos miembros del público encontraran risibles algunas expresiones de Blanche; un personaje que se va revelando poco a poco y que en lugar de mover a hilaridad, a mi me conmueve mucho.
La única vez que vi Un tranvía llamado Deseo, con anterioridad fue en una franja llamada Telecine, en la que el Canal 3 de Guatemala ponía dos películas, una tras otra, temprano en las tardes. Claro que esto era cosa de los años 70; pero en esa franja uno veía pelis clásicas e inolvidables, como La gata en el tejado caliente, o El zoológico de cristal. Por eso me alegró que esta pequeña temporada de teatro le hubiera sido dedicada a Marlon Brando, el Stanley Kowalski de aquella película.