Una de las cosas que más me entristecen…y me enojan, es ver a la gente que -a eso de la media noche del 24 de diciembre- va conduciendo como alma que lleva el diablo; pero más me indignan cuando esas personas van pasados de tragos.
La gente que hace eso no sólo se pone en riesgo grave, sino que pone en peligro a otras personas. Si causaran un accidente, ¿quiénes perderían a sus padres, a sus hijos, a sus cónyuges, o a otros seres queridos a causa de aquella imprudencia? Aún si no causaran accidentes, ¿quiénes están, en sus casas, con el alma en vilo porque no ha vuelto papá, o mamá, o su cónyuge?
Pero claro, estas meditaciones no se aplican sólo a los que conducen borrachos el 24 a las 12; sino durante toda esta temporada de fiestas. Es increíble la cantidad de cafres que se pasan los semáforos en rojo, en el bulevar Los Próceres, por ejemplo; y hace años recuerdo que salí a hacer una visita de Nochevieja y entre mi casa y la zona 1 vi cuatro accidentes.
En estas fiestas (o siempre); si bebes, no manejes. Por favor. La prudencia es la virtud a la que hay que acudir cuando sabes que te has pasado de tragos y estás por abrir la puerta de tu auto.