Hace unos días tres recién nacidas fueron abandonadas en distintos lugares de Retalhuleu, una de las pequeñas fue hallada muerta. La bebé fallecida fue hallada en una bolsa de nailon y posiblemente murió por asfixia; y la primera niña hallada tenía picadoras de hormigas.
En julio pasado, una mujer dejó a sus dos bebés gemelos, recién nacidos, en un maizal y uno de los chiquitos murió. ¿De frío y de hambre? A los pocos días leí que el cuerpecito de un bebé muerto fue abandonado en una mochila, que otro fue dejado en una bolsa negra, de esas de basura, en un mercado -y ahí fue encontrado su pequeño cadáver-. Leí que una bebita fue abandonada en la calle. ¡Esos fueron cinco chiquitines en una semana!…¡Que sepamos!
¡Estas son las consecuencias no intencionadas de la legislación antiadopciones!
Esa legislación ha hecho muy difícil que las madres que no quieren, o no pueden criar a sus hijos los den en adopción para que otras personas los críen -seguramente con amor-. De hecho, la ley antiadopciones y las autoridades encargadas de hacer que se cumpla casi fuerzan a las madres a quedarse con los pequeños que no pueden, o no quieren criar.
La legislación antiadopciones, las autoridades encargadas de hacer que se cumpla y sus promotores pone a las mujeres entre la espada y la pared. Si no pueden entregar a sus hijos a personas que desean criarlos, ¿cuáles son las opciones? El abandono, o el aborto.
La legislación antiadopciones es perversa y cuesta vidas. No sólo cuesta las vidas de los chiquitos que terminan en estacionamientos, o en terrenos baldíos, maizales, bolsas, mochilas, tragantes, callejones y basureros, picados por hormigas, sino que cuesta las vidas de las de las mujeres que son arrinconadas y no hallan salida a sus situaciones angustiosas.
Cuando leo historias como las de arriba, deseo, ¡en serio!, que los llantos de los bebés que mueren de hambre y de frío -tirados por ahí- les quiten el sueño a los promotores de la legislación antiadopciones y a las autoridades que podrían hacer algo por cambiarla, y no hacen nada.
Esta columna fue publicada en elPeriódico; y la foto es de Rolando Miranda, de Prensa Libre..