En general, así en general, no estoy contra los sindicatos. Al contrario, estoy convencido de que la acción colectiva es una herramienta legítima para evitar potenciales abusos del lado patronal y de que ese mismo tipo de acción es una herramienta legítima para negociar condiciones de trabajo, o para administrar mutualidades. En cuanto asociaciones voluntarias y no coercitivas, y no monopólicas, los sindicatos son organizaciones podrían ser respetables y tienen funciones legítimas.
Pero ahí está que los sindicatos se han convertido en organizaciones privilegiadas, al mismo tiempo en que los dirigentes sindicales se han convertido en sujetos privilegiados a los que no se les aplica las leyes generales y abstractas propias de un estado de derecho. Los sindicatos monopolizaron las negociaciones colectivas (que les niegan a otros tipos de organizaciones de trabajadores) y mediante la coacción niegan la libertad de asociación. Eso cuando no usan la violencia para conseguir sus objetivos. Violencia que va desde bloquear calles y carreteras, hasta impedir la libre contratación, la sindicación obligatoria, e incluso tomar por asalto instalaciones productivas. Los sindicalistas pueden acudir a aquellas formas de violencia porque la ley los privilegia. A aquello, añádele que los muchos sindicatos han adoptado los credos marxistas y marchan con la imagen del che Guevara al ritmo de consignas decimonónicas; de modo que sus actuaciones nada tienen que ver con defender los intereses de los trabajadores; y tienen mucho que ver con el interés ideológico de imponer la revolución al costo que sea.
Si aquel tipo de sindicatos es perjudicial en el sector privado (que es el sector voluntario y pacífico de la economía), sus efectos negativos se multiplican el el sector estatal (que de por sí es el sector coercitivo de la economía). En Guatemala, los sindicatos en el sector estatal son un legado de la administración democratacristiana.
En el sector privado, la acción coercitiva e ideológica de los sindicalistas está limitada -de alguna forma- por la realidad. Por el hecho de que las empresas deben producir y producir eficientemente para sobrevivir. Por el hecho de que no se debe matar a la gallina de los huevos de oro. Por el hecho de que los recursos son limitados. Pero en el sector estatal donde los recursos son ajenos y tomados por la fuerza; donde todo es de todos y nada es de nadie; donde los funcionarios responsables de administrar los recursos son aves de paso y su patrimonio no es afectado por la improductividad de las dependencias que administran; donde no hay clientes, sino súbditos que tienen que aguantar lo que hay; donde la política prevalece sobre las buenas prácticas de administración; donde la eficiencia es casi irrelevante; donde the buck stops nowhere; y donde el que viene atrás paga; la acción coercitiva e ideológica de los sindicalistas no tiene límites. Se recetan lo que quieren y se sirven con la cuchara grande. A costa de los tributarios que parecen nunca darse por enterados que ellos son los que vienen atrás y pagan….por ejemplo, los pactos colectivos escandalosos y las canonjías.
En una sociedad que rechaza los privilegios, o que busca acabar con los privilegios, una buena forma de empezar es acabando con la protección legal para esta clase particular de ciudadanos: los parásitos que -con la máscara del sindicalismo- viven a costa de otros y con perjuicio de otros.
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