En el Día del niño, aquí van unos recuerdos. Como yo era introvertido nunca disfuté las piñatas ajenas. Me mortificaba tener que competir por los dulces luego de la paliza que recibía la piñata y lo mejor que me podía ocurrir era encontrar a alguien conocido con quien pasar el rato sin tener que parecer pollo comprado.
Mis primeras celebraciones de cumpleaños fueron minarquistas por decir algo; y no incluyeron piñatas. Mi primera piñata, sin embargo, fue un elefante en casa de mi abuela, Frances; y a juzgar por las fotos sí hubo invitados. Pocos años más tarde mis padres celebraban mi cumpeaños en el colegio. El salón de clases era decorado y a la hora del recreo se servían sandwichs, pastel, helado, refrescos de canela y horchata, barquillos y chiquiadores. Recuerdo un Batman como piñata en una de esas ocasiones.
A estas alturas y para los no iniciados supongo que es útil una aclaración. La palabra piñata es ambigua porque se refiere a dos cosas distintas: la piñata, en sí, que es la figura de papel rellena de dulces; y la piñata como fiesta en la que se celebra el cumpleaños de un niño y se suele romper una piñata.
Aunque me gustaba recibir regalos lo mejor que me podían obsequiar era una cuelga en efectivo. Pocas cosas me causaban tanta alegría como juntar dinero suficiente para comprar algo que fuera de mi gusto. Hubo un tiempo en que compraba modelos de aviones; pero lo que más, más me gustaba comprar era ropa.
En mis piñatas nunca hubo títeres, mago, ni payasos. Mis padres me conocían suficientemente bien como para no atreverse a eso. Sabían que conmigo quedaban muy bien no enviándome al colegio en la tarde del día de mi cumpleaños. Un año recuerdo que me llevaron a almorzar a La Antigua; y otro año recuerdo que fuimos al cine.
Cuando crecí un poquito, a finales de la Primaria y los primeros años de la Secundaria mis padres adoptaron la costumbre de llevarlos a mis hermanos y a mí a cenar a un buen restaurante. ¡Eso sí lo disfrutaba yo! Hubo una excepción, la de mi cumpleaños número 10, ocasión para la cual tuve la mala idea de organizar un repaso. Y no hubiera salido mal si no se hubiera dado la circunstancia de que de mi clase sólo llegaron los chicos, y no las chicas. Mi madre, mis tías u una amiga de ellas salvaron la situación…pero no era lo que yo había planeado.
Luego de esa experiencia las cenas se institucionalizaron las cenas y no volví a celebrar mi cumpleaños hasta que ya estaba en la universidad…y entonces ya era menos niño. Pero niño.
En el vídeo, un grupo de personas cuenta cómo eran las piñatas y otras fiestas a principios del Siglo XX.