Y si evitamos los privilegios, ¿muy feo?

Los pipoldermos no sólo no consiguen los votos que quieren para que su reforma constitucional pase en el Congreso, sino que tienen en su contra a casi toda la ciudadanía reponsable. Esa oposición se refleja en el rechazo de distintos grupos de interés como el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras; o la dirigencia indigenista, para citar dos.

En este contexto, vale la pena meditar unos minutos sobre la diferencia que hay entre Guatemala como un cuerpo político o estado, y Guatemala como un pueblo; o más mejor, como dicen por ahí, entre Guatemala como un cuerpo político o estado; y Guatemala como una variada, múltiple y diversa multitud de individuos y pueblos.

Guatemala, como cuerpo político es una asociación de individuos y grupos con el propósito de vivir en concordia y prosperar. Para ello es necesario establecer una estructura legal que se base en el respeto a los derechos individuales de cada uno de sus componentes por igual, y que no de lugar a privilegios. ¿Podemos estar de acuerdo en rechazar los privilegios? ¿Podemos estar de acuerdo en que se deben respetar los derechos de todos por igual? ¿Podemos estar de acuerdo en que nos asociamos para vivir en paz y para mejorar nuestra calidad de vida? Ojalá que pudiéramos estar de acuerdo en esas cosas.

Guatemala como una variada, múltiple y diversa multitud de individuos y pueblos, es distinta al cuerpo político o estado. Y aquella Guatemala no está conformada por cuatro pueblos como suele simplificarse. La heterogeneidad o diversidad que valoramos es compleja y su sobrevivencia depende de que haya trato igual para todas. La eliminación de los privilegios evita los conflictos; del mismo modo en el que la multiplicación de los privilegios multiplica los conflictos. Suele decirse que hay cuatro pueblos: maya, xinca, garífuna y ladino; empero no hay tal cosa como el pueblo ladino porque culturalmente y étnicamente, no son lo mismo los descendientes de los alemanes, que los descendientes de los castellanos, los catalanes, los vascos, o los de los franceses, ni los de los chinos, los judíos, los belgas, los libaneses, los palestinos, los polacos, o los italianos, para mencionar sólo algunos. No hay idioma ladino, por ejemplo, como no hay idioma maya. Lo que hay es español, aleman, italiano, o mandarín; como hay quiché, kanjobal, achí, pocomam, akateco, chortí, jakalteco, y mopán para mencionar unos.

Cada uno de aquellos es un grupo cultural con sus idiomas, características, sus valores, sus tradiciones, sus preferencias y raíces propias. A veces con rasgos en común que los unen, y a veces con rasgos que los separan y hasta los enfrentan.

La armonía que permite la paz y la prosperidad, entonces, depende del respeto y de que no hay privliegios. Los descendientes de alemanes, por ejemplo, celebran la Oktoberfest que es una fiesta incluyente porque la festejan ellos e invitan a todo el que quiera a participar en ella. De hecho ponen anuncios para que vaya la gente y disfrute de esa festividad. Los españoles celebran San Fermín y hacen lo mismo. Si los alemanes quieren conservar su idioma, no fuerzan al resto de la sociedad, ni el estado (léase los tributarios) a subsidiar la conservación de la lengua que es propia de su cultura. Lo que hacen es establecer un Colegio Alemán, y lo mismo hacen los franceses que tienen un Colegio Julio Verne. Otros grupos lingüísticos podrían hacer lo mismo. La especialización es tal que, el grupo lingüistico aleman tiene un Colegio Alemán y un Instituto Austriaco porque la diversidad requiere que haya distinción. Y tutti contenti.

Lo inaceptable sería que los alemanes, los franceses, los austriacos, o los japoneses pretendieran imponerles sus idiomas a otros grupos, o que pretendieran usar el dinero de todos los tributarios para conservar lenguas que son de interés específico para aquellos grupos particulares. Una actitud generalizada, en aquellas direcciones, violentaría la armonía, haría difícil la convivencia pacífica y sería un obstáculo para la prosperidad.

Una reforma constitucional diseñada para establecer, o reforzar privilegios, es una diseñada para fomentar el enfrentamiento, el descontento y el irrespeto.

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