En el contexto de mis artículos sobre ProReforma, el lector, Carlos Fajardo pregunta que, cuando hablo sobre privilegios, concretamente, ¿a qué me refiero? Pues bien, un privilegio es una prerrogativa, o una exención que tiene su origen en una ley particular (o ley privada y de ahí su etimología). Por su naturaleza, los privilegios no son para todos en general, sino para unos en particular. Los privilegios son discriminatorios y excluyentes porque le les dan a unos, y no a otros. Se oponen, pues, a la igualdad de todos ante la ley. Donde hay privilegios no hay igualdad de todos ante la ley y, por lo tanto no hay estado de derecho. Lo que hay es estado de arbitrariedad. Por eso es que los privilegios son repugnantes.
Fajardo señala que así como suena, los niños, embarazadas y en general la gente pobre y no tan pobre que usa los servicios públicos basados en los impuestos de todos, son un sector privilegiado. Y Fajardo tiene razón. Todos aquellos que usan, o usamos servicios por los cuales aparentemente no pagamos; pero que están a nuestra disposición porque otros han sido forzados a pagar por ellos, podríamos parecer privilegiados. Empero, esos servicios están ahí para ser usados y son parte de las reglas del juego y de las condiciones dadas. Sería absurdo rehusar su uso. Lo malo no es jugar de acuerdo con las reglas del juego dadas; lo malo es pedir los privilegios, perpetuar el sistema de privilegios, y no hacer nada para acabar con esas desigualdades.
Lo cierto es que todos pagamos impuestos. ¡Todos! Unos pagan más y otros pagan menos. Unos pagan directamente y otros…los más pobres, pagan con falta de oportunidades. El dinero que los que pagan más no invierten en más fábricas, más comercios, más fincas, y más empresas, porque tienen que entregárselo a los políticos para que luego lo redistribuyan, es el dinero que sirve para satisfacer las demandas de los grupos de interés que viven del presupuesto del estado y ahí se diluye en corrupción, mala administración y desperdicio. Los más pobres pagan impuestos de la forma más cruel, porque lo hacen en términos de subempleo, y de desempleo.
Un profesor al que respeto mucho escribió una vez que el amor por la libertad es el amor por los otros; y esa frase se me viene a la mente cuando pienso en el tema que Fajardo trajo a este espacio. Actualmente, como los políticos tratan con los niños, las embarazadas y los pobres es que los hacen hacer cola, los hacinan, los humillan, los someten a privaciones en hospitales sin medicinas, en escuelas sin escritorios, o en sistemas de seguro social que sólo sirven para el enriquecimiento ilícito de quienes los administran. Y, por si eso fuera poco, los someten a la dependencia no sólo perpetuando el sistema de miseria y de falta de oportunidades, sino que acostumbrándolos a recibir lo que ha sido tomado de otros por la fuerza.
En un sistema de libertad, la mejor política social es un buen empleo. En un sistema de libertad, la idea es que las personas puedan pagarse el médico, la previsión social, el colegio, la casa y todos lo demás con el salario que reciben, o con las ganancias que obtengan. Que no tengan que depender de caprichos políticos, ni de la expoliación, ni conformarse con pitanzas. Pero para eso es inevitablemente necesario que en la sociedad haya ahorro y formación suficiente de capital. Para eso es necesario que abunden más las ofertas de trabajo, que los trabajadores en busca de empleo. Para eso es necesario que el dinero de las personas no sea desperdiciado por políticos y funcionarios venales e ineptos.
Y, ¿qué pasa con los más, más pobres y vulnerables? Pues en una sociedad próspera, es más fácil y más posible que abunde la benevolencia. Los individuos ricos, en las sociedades más ricas del planeta, son los que más contribuyen a todo tipo de obras de benevolencia no sólo en sus propios países, sino que alrededor del globo. Mientras más riqueza tiene la gente (aún entre la clase media más modesta), más tiene para compartir con otros. Y si esas obras de benevolencia no están en las manos de los políticos y burócratas que constantemente criticamos por sinvergüenzas e incapaces, pues tienen más posibilidades de beneficiar, de verdad, a aquellos que más las necesitan. ¿Quién que puede no tiene una obra de benevolencia favorita?
No estoy de acuerdo con que tengamos que aceptar inevitablemente eso de que los diversos grupos intenten promulgar leyes que los beneficien, como dice Fajardo. Creo que esa resignación es parte de la raíz del mal y que hay que acabar con ella cuanto antes. Todos los males que nos trae ese fatalismo no se componen multiplicando los privilegios, ni perpetuando la competencia por beneficios particulares a costa de los demás. Opino que –aunque no lo hagan ni en Inglaterra, ni en los Estados Unidos de América– lo hagamos nosotros. ¡Acabemos con los privilegios y con la exclusión que generan! Probemos con un sistema que favorezca la creación de riqueza (que es lo contrario a la pobreza). Confiémosle a la benevolencia y a la voluntariedad, lo que ahora hacemos por la fuerza y de forma arbitraria.
Fajardo cree que sólo los ricos podrán ser electos para el senado porque cree que sólo ellos podrán tener la publicidad necesaria para conseguir votos; pero si eso fuera cierto, también lo sería en cualquier sistema que dependiera de contribuciones voluntarias para las elecciones. La experiencia, sin embargo, nos dice que los que tienen poder económico les reparten dinero a todos; y si continúa el sistema de privilegios, lo que ocurre es que le reparten más a aquellos que les pueden garantizar sus privilegios, si es que sus fortunas dependen de aquellos Lo que sería interesante, don Carlos, es que nos contara cuál es la opción frente a las donaciones voluntarias, sin recurrir al uso de la fuerza para extraer fondos de los tributarios y redistribuirlos entre los políticos. Esto es porque creo que deberíamos desterrar el uso de la fuerza en todas nuestras relaciones sociales, y especialmente en las relaciones políticas.
Fajardo habla de los que tienen poder económico y de los ancianos de la misma forma en que los economistas clásicos se planteaban aquello de que por qué es que valen más los diamantes que los panes. No hay tal cosa como los que tienen poder económico, ni los ancianos, como no hay tal cosa como los diamantes y los panes. Hay estos ricos o este rico y estos ancianos o este anciano; de la misma forma en que hay estos diamantes y estos panes, aquí y ahora. Si se colectivizan este tipo de planteamientos –y no se reconocen las diferencias y las preferencias individuales, espaciales y temporales de los individuos– es como tratar de pintar La Gioconda con brocha gorda. De verdad no creo que alguien serio diga que las personas mayores tengan más valor que las de menor edad, ni que los ancianos no se equivoquen. ¿Qué de bueno puede salir de criticar a ProReforma usando estas generalizaciones inútiles, y de criticarla por lo que no dice? El supuesto en el que se basa esa propuesta es el de que las personas mayores de 50 años –si son bien escogidas, como uno escogería si sólo va a tener una oportunidad de hacerlo en la vida– van a tener más experiencia que las personas más jóvenes, y van a tener más ejecutorias de vida demostradas. ¿O no?
Finalmente voy a decepcionar grueso a Fajardo –que ha militado en las Fuerzas Armadas Rebeldes y en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca–porque resulta que aunque no soy randiano, Ayn Rand sí es una de mis filósofas favoritas y tengo un respeto profundo por la ética objetivista. Y lo que definitivamente no soy, ni por asomo, es neoliberal. Más bien soy liberal clásico o libertario. Para ilustrar el asunto se los pongo así: Los neoliberales favorecen los tratados de libre comercio, en tanto que los de mi persuasión preferimos la apertura unilateral de fronteras y la eliminación de aranceles; los neoliberales recomiendan el flat tax, mientras que los míos recomiendan el poll tax; los neoliberales apoyaron la dolarización, en tanto que los liberales y libertarios nos decantamos por la libre elección de monedas y por el oro; los neoliberales privatizaron monopolios, mientras que nosotros optamos por liberar mercados y por permitir que la gente pudiera elegir; los neoliberales siguen las recomendaciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, en tanto que los otros preferimos que cierren esas dos organizaciones.
¿Por qué? Porque el liberal clásico o libertario tiene como principios el respeto de los derechos individuales de todos, y la igualdad de todos ante la ley. No por cuestiones utilitaristas, sino por razones éticas.
Si a los chapines se nos niega la oportunidad de cambiar el sistema y de acabar con los privilegios, una vez más nos dejará el tren.
Luisfi:Its so refreshing, muy buena su explicación mas claro ni el agua, sobre todo es la menor forma de argumentarles con la verdad a los que dicen conocer o haber leído la propuesta un debate magistral fue como verlo con la espada de la verdad toushe! tengan para que se entretengan y no hablen babosadas!.
Estimado Sr. Figueroa: Agradezco la atención a mi opinión, tan discrepante de la suya. He de decirle que contnúo en total desacuerdo con usted y las razones que esgrime a favor de ProReforma. El supuesto teórico en que descansa el Senado, que elegiremos bien por ser una única vez que votaremos, suena a puro voluntarismo e ingenuidad de su parte. Lo que sucederá al final y en la práctica es que se elegirán 45 personas de la clase más pudiente y con intereses de clase muy bien cimentados, que no tendrán reparo en intentar disminuir al Estado a su mínima expresión.Ahora le pregunto:¿Cómo puedo confiar en su juicio político si usted mismo no es mayor de 50 años? Pues la premisa es que los mayores de esa edad son más maduros politicamente y no se dejan engañar (Ayau dixit.Por otra parte, según usted, el disminuir el Estado a su mínima expresión es bueno pues los impuestos que son "arrancados" a los contribuyentes serán utilizados para inversión… nuevamente cae en el voluntarismo, ya que muchos en vez de hacer "beneficencia" a favor de los pobres o vulnerables, usarán su dinero para los casinos clandestinos de la zona 13, autos de lujo, casas gigantescas o viajes a Miami…¿Hospitales y escuelas? eso sería de ver. La teoría del derrame no funcionó durante el auge neoliberal de los años 90 y le pregunto qué le hace creer que ahora funcionaría ahora. Esperar a que la buena voluntad funcione para construir una obra social va en contra de la filosofía de Rand, que no se sacrificaba por nadie ni por nada, a no ser por ella misma; saco a colación a la filósofa pues uno de los pilares ideológicos de ProReforma y ponentes es ella, además de Hayek.Me pregunta qué propongo para que los partidos no lleven sólo a los que pueden pagar su lugar en un puesto de elección? Bueno, le propongo que participe en política, que jale a sus demás amigos libertarios y formen su propio partido político, que impulsen sus ideas, que formen estructuras departamentales en base a su filosofía y compitan por el poder del estado, para cambiarlo. Si consiguieron 70,000 firmas, pueden conseguir los 18 mil que pide el TSE para legalizar un partido… no es fácil, pues a mi partido cada militante entra convencido de la causa revolucionaria y sé muy bien que cuesta encontrar personas que no busquen un interés personal.No lo quiero cansar. Honestamente pienso que es muy ingenuo; la formación capitalista actual ha rebasado los cánones del pensamiento liberal y ha entrado en decadencia. El capitalismo no es uno sólo, como supongo que ustedes los libertarios piensan. Le propongo leer a Lenin, "El imperialismo, fase superior del Capitalismo" y se dará cuenta que hay un capitalismo de tenderos y artesanos donde la oferta y la demanda aún funciona, y otro capitalismo de corte financiero, que provoca guerras, crisis y quiebras que pelea por el poder del Estado y su dominación para seguir comerciando en base a monopolios. La realidad es esa y Halliburton, BlackWater, Cheney y Bush son muestra de ello. Posiblemente Adam Smith, Ricardo y Bastiat no tenían idea de la manera en que el capitalismo iba a evolucionar, pero usted si puede verlo.Gracias. Carlos Fajardo a-1 869740