Lo que se ve y lo que no se ve, a la Bastiat

Leemos que los hospitales nacionales no se dan abasto para atender los padecimientos de salud de la población; y que supuestamente alta de medicinas, la escasez de personal y la mala atención son el resultado de un recorte presupuestario de Q375 millones; y también leemos que durante 2008, el fisco dejó de percibir Q145 millones como consecuencia de la desgravación arancelaria generada por la firma de tratados comerciales.


Los dados cargados de estos reportes, si no fueramos más reflexivos, nos llevarían a pensar que: 1. los recortes presupuestarios son malos y que a la administración le hace falta más dinero; y 2. que los tratados de comerciales están empobreciendo a una administración que necesita recursos.

Estos son típicos casos de Lo que se ve y lo que no se ve, como lo relató Federico Bastiat. Las noticias se enfocan en lo obvio y, como dice el cliché, por ver los árboles, no ven el bosque.

En la entrada anterior comenté cómo es que la administración tiene dinero, pero es incapaz de ejecutarlo; así como ocurre en el sistema penitenciario y en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, el dinero ahí está, pero los burócratas y funcionarios son ineptos para darle buen uso. De hecho, ahí está el caso célebre en el que Salvador Gándara, cuando era ministro de Gobernación ¡hasta devolvió dinero! Lo que los reportajes deberían investigar es la mala administración, el desperdicio y la corrupción; para no quedarse en la superficialidad suponiendo-falsamente- que no hay servicios porque no hay dinero.

Igual ocurre con el tema de la desgravación. En vez de ver el bosque de oportunidades, nuevos empleos, más impuestos, y crecimiento que hay gracias a que se incrementa el comercio; los analistas se aturden con el árbol de que se dejaron de percibir unos millones.

Enfoques como estos, tan superficiales, sólo alimentan al Leviatán insaciable que cree que todo se resuelve con más prespuesto y más impuestos; y sólo alimentan la sumisión de los contribuyentes que creen que la expoliación de la que son objeto es moralmente aceptable, aunque los recursos que se les quiten sean mal administrados, desperdiciados, y diluidos en la corrupción.

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