Un lote de 85,000 huevos fue quemado en Huehuetenango por autoridades del Ministerio Público y del Ministerio de Agricultura, así como del Juzgado de Primera Instancia Penal. Y yo, que crecí en un ambiente en el que la comida no se desperdiciaba porque hay muchos niños muriéndo de hambre, no pude sino sentirme muy incómodo al ver la foto del proceso de incineración de aquellos alimentos.
¡Que huevos!
Con 85,000 huevos, 42,500 niños hubieran tenido un desayuno de dos huevos; 21,250 niños hubieran gozado con dos desayunos de dos huevos. ¡Hasta la socialdemocracia de Los Colom se hubiera lucido repartiendo huevos!
Aunque es cierto que el procedimiento se hace conforme a la Ley de Sanidad Vegetal y Animal que protege a los productores locales, quemar alimentos no es lo mismo que, digamos, quemar cocaína, o quemar marihuana decomisadas. Hay algo de perverso en eso de quemar alimentos cuando hay gente que los necesita de verdad.
El asunto este me recordó cuando, allá por principios de la década de los 90, un productor de pollos ahogó pollitos en toneles de agua fría y públicamente, porque no podía con los costos de criarlos.