“Ernesto Guevara vivió y murió acorde con aquella cita bíblica: El que a hierro mata, a hierro muere. Ahora que se celebran 40 años de su asesinato en Bolivia, sus fans continúan venerando la figura de una persona que nunca dudó en imponer sus ideas por la fuerza, de asesinar como fue asesinado y de dejar una herencia de muerte, esclavitud y subdesarrollo disfrazada de liberación.
El Che –como le decían por su nacionalidad argentina– luchó por imponer, mediante una revolución violenta, la dictadura del proletariado en el marco de un gobierno marxista-leninista. A 40 años de su muerte, podemos evaluar cuán equivocado estaba y cuánto dolor y muerte provocó, y continúa provocando, una ideología tan caduca.
Los Vietnam, las Cubas, las Coreas del Norte, los países –ahora libres– que permanecieron cautivos tras la cortina de hierro impuesta por la Unión Soviética, etcétera; todos ellos y tantos otros son ejemplos de lo que el Che quería para toda la humanidad.
El Che aparece ahora como una figura mítica entre aquellos equivocados que continúan creyendo que la liberación está en el marxismo revolucionario que él promulgaba, no obstante que millones de personas, que lo han vivido también lo han rechazado.
Su presencia en camisetas y todo tipo de parafernalia es más un síntoma de la imperiosa necesidad de estar a la moda que de una conciencia revolucionaria. Sus aficionados han caído víctima del más superfluo consumismo que el Che tanto hubiera criticado. Igual se ha vuelto chic andar con un iPod que con una camiseta del Che.
Guevara tiene una gran ventaja sobre otras figuras revolucionarias. A diferencia de otros déspotas, como Lenin y Stalin (URSS), Mao (China), Ho Chi Min (Vietnam), Castro (Cuba), Pol Pot (Camboya), Kim Il-sun (Corea del Norte), el Che nunca gobernó propiamente hablando.
Por lo tanto, no sufrió el desgaste político de haber sido el protagonista de las múltiples violaciones de derechos humanos que caracterizaron a esos regímenes y que hoy son juzgados por la historia.
Ese relativo aislamiento del gobierno y su muerte apenas a los 39 años le ha facilitado continuar como una leyenda, pura e impoluta, pero aun así, tan sólo una leyenda.
Y como todo mito, el Che seguirá con su aura entre una minoría, que siempre existirá, producto ya sea de una rebeldía propia de la juventud o de la frustración humana. Identificarse con la vida y fracaso personal de otro looser –como dirían los patojos– puede ser el consuelo que muchos buscan y que el Che les ofrece. Si a eso vamos, tenemos Che para largo. Hasta la derrota siempre”.
Publicado por José Raúl González, en Prensa Libre.
Me da la impresión que es yerro, no hierro.Salu2LuisFP