Como Naciones Unidas apoyamos un sistema tributario progresivo. En una sociedad, los pobres no pueden contribuir mucho, los que tienen mucho contribuyen más, es una lógica progresiva normal. Nadie con sentido común puede oponerse a eso, dijo Valerie Julliand, representante del Programa de las Nacionas Unidas para el Desarrollo.
Sus palabras deben haber emocionado, quizás hasta las lágrimas, a Iván Velásquez (el jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala), a los miembros del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales y a otros activistas tributarios. Sin embargo…pensándolo bien -con sentido común, digamos- ¿qué son los impuestos progresivos? Son dinero ajeno tomado por la fuerza para ser distribuido entre intereses políticos muchas veces ajenos a los legítimos propietarios del dinero expoliado. ¡Nadie con sentido común podría estar a favor de algo así!…y sin embargo los impuestos tienen sus fans.
Es un error, que nadie con sentido común podría sostener luego de conocerlo, llamar contribuyentes a los tributarios. Esto es porque la contribución tiene una connotación de voluntariedad lo cual excluiría el uso de la fuerza. Los impuestos son forzados porque si no los pagas, ¿qué ocurre?, te llevan enchachado y vas a parar a prisión. Te encierran. Los forzados a pagar los impuestos que demandan otros, los expoliados, somos más tributarios que otra cosa.
La lógica progresiva que le parece tan normal a la burócrata Julliand sólo es normal si aceptamos las premisas perversas de que lo nuestro no es nuestro y de que otros tienen la facultad de tomar una parte de los frutos de nuestro trabajo para destinarlos a sus intereses particulares mediante el uso de la legislación y del poder del estado.
¡Claro que hay tareas que le corresponden al estado y que hay que pagar en conjunto: como seguridad y justicia!; pero para eso no sería necesario y menos normal, ni de sentido común acudir a la expoliación, a los impuestos progresivos, ni a nada parecido. En cambio, estas prácticas son necesarias cuando se trata de financiar privilegios, intereses particulares, y hasta de repartir canonjías. Como el gobierno sólo puede obtener recursos mediante impuestos, o endeudamiento (que luego se paga con impuestos) y los impuestos sólo se consiguen obligando a los tributarios a renunciar a una parte de sus ingresos, es un hecho que la facultad de imponer tributos es un poder para destruir. Desde esa perspectiva, hasta para Julliand, debería ser evidente que el gobierno tiene el poder de destruir la base económica que lo sustenta. Entonces, más que un interés ideológico de redistribuir la riqueza, el gobierno y ¿sus consejeros? deberían pensar en un sistema impositivo que sirva para pagar los gastos para el bien común (que no es el bien de unos, en perjuicio de otros), sin obstaculizar el crecimiento económico que es lo que permite la prosperidad y el bienestar.
Aceptar las premisas de Julliand es más propio de súbditos que de mandantes. Su lógica, señora, es estatista, colectivista, coercitiva, e impertinente en una sociedad que aspira a que se respetan los derechos individuales de todos por igual y a que prevalezcan, en ella, las relaciones pacíficas y voluntarias.
Por otro lado, si el lector quiere saber qué clase de organización es la que apoya el sistema tributario progresivo le recomiendo: ONU historia de la corrupción, por Eric Frattini
Mi tía abuela, La Mamita, le diría a Julliand: ¡Vaya, usted, a freír niguas en sartén de palo!
En la foto, de elPeriódico, Valerie Julliand, Alfonso Portales e Iván Velásquez.