La mía debe haber sido la última generación urbana chapina que hacía capiruchos con canutos de madera para hilo y un pedazo de vidrio roto, o en hacer teléfonos con hilo y cajitas de fósforos de madera. Debe haber sido la última en usar televisores de tubos de esos a los que les quedaba un puntito de luz en la pantalla luego de apagarlos, o en usar teléfonos de disco y radios de bolsillo. La mía todavía conoció discos de vinilo.
Hoy, el Blog Tayuyo trajo a mi memoria algo que pasó tan fugazmente que es increíble. En casa teníamos un Odyssey.
El Odyssey es el tatarabuelo de los videojuegos. Aunque el juego es de 1972, a casa no llegó hasta finales de 1976. Mi padre los vendía y me pagaba unos pesos por irlos a instalar a las casas de quienes los compraban, también por revisar que todo viniera cabal y sin daños en su caja.
En su versión más sencilla era un simple ping pong; pero para hacerlo más complejo, el juego traía pantallas plásticas que uno adhería a la pantalla del televisor ya fuera con la estática que se generaba, o con cinta adhesiva.
El juego traía una casa embrujada, un rifle para la galería de tiro, una ruleta y no recuerdo qué variaciones más. Lo jugabamos con mis hermanos, mis padres y con los amigos. En casa no quedaron más que las fichas blancas, rojas y azules del casino de Odyssey. Y ahora…el recuerdo de tardes divertidas gracias a ese juego.