“¿Por qué tiene un casquito puesto?”, pregunté cuando vi a aquel niñito metido en un área para juegos muy bien equipada. “Porque le pegaban y lo maltrataban tanto, que le da por golpearse a sí mismo en la cabeza”, fue la respuesta que yo no esperaba.
En ese momento, el Universo adquiere otras tonalidades, otra velocidad y otras dimensiones. Uno ya no es el mismo cuando está rodeado de pequeñas criaturas que no llevan más de un año en este mundo, ¡y casi todo les ha salido mal!
Con casquito y todo, golpeado y todo, ese niño sabe abrazar. Y no es el único. Aquí al lado hay otro. Este pequeño tiene la expresión más taciturna que uno pudiera imaginarse. Pero no es adusto, para nada. Sonríe con gusto tímido cuando uno se agacha a señalarle el osito que tiene en su pijama.
Allá hay otro. Este tiene días de nacido. No se mueve. Solito, boca abajo, quién sabe cuánta tristeza y cuánta angustia tiene en su pequeño corazón. Esa no se nota; pero lo que sí es evidente es la erupción cutánea que le aqueja debido a la tensión que le ha causado ir de un hogar a otro en su cortísima vida.
De repente, casi sin que me dé cuenta de cómo, me encuentro con una chiquita en los brazos. Sus ojos grandes y oscuros me ven con curiosidad. Y sus pequeñas manos se mueven suavemente y sin parar. Y me acuerdo de mi abuela bailando Lovely hula hands, graceful as a bird in motion. Y lo peor de todo es que se la canto, y a ella le cae en gracia.
A ella le cayó en gracia, pero a la media docena de chicas que están del otro lado de una ventana les da risa. Estoy en un lugar extraño, porque a pesar de los golpes y de los desencantos del pasado, es un lugar de risas presentes y de esperanza futuras. Me encuentro en la Casa Hogar Rafael Ayau.
Fundado en 1857 por Rafael Ayau, este es el primer orfanato fundado en Guatemala, y actualmente está a cargo de las extraordinarias madres Inés, Ivonne y María, miembros del Monasterio Ortodoxo Lavra Mambré. La Casa Hogar tuvo sus días de espanto, sobre todo cuando la administración pública tomó posesión de él.
Pero la pesadilla terminó cuando, en 1996, la responsabilidad del lugar y de los niños pasó a manos de la Iglesia Ortodoxa. Con amor, con energía y con espíritu empresarial, las monjas han convertido la casa en un hogar del cual la mayor parte de los niños sale lista para establecerse con éxito en la vida.
Si bien es cierto que muchos de los niños y niñas que viven allá han sufrido la crueldad y la bajeza en sus formas más espantosas, ¡a manos de sus propios padres!, o por falta de ellos, también lo es que en el Hogar reciben atenciones médicas y odontológicas que sanan sus pequeños cuerpos, y atenciones psicológicas y espirituales que sanan sus grandes almas.
Muchos niños han sido adoptados, pero otros han tenido que dejar el hogar sin que se les pudiera ubicar en familias que los amen. Y desgraciadamente esto ha ocurrido, más veces de las necesarias, a causa de trámites burocráticos, o de intereses mezquinos.
Rescatar a un niño que ha sufrido la miseria humana no es tarea fácil, pero tampoco es imposible, y eso se ve en las miradas y en las sonrisas de los más grandecitos. En el Hogar se producen unas champurradas que son lo puro utz, se estudian hongos medicinales, los chicos tienen sus cuentas de banco y aprenden sobre el valor de lo bueno. Los dormitorios y la piscina se encuentran nítidos. Grupos de misioneros y de voluntarios ayudan a las monjas… y se come rico.
La Casa Hogar Rafael Ayau es un rincón de Guatemala que alegra el corazón a pesar de que las pequeñas criaturas que lo habitan han pasado por tristezas y humillaciones que uno no le desearía a su peor enemigo. Alegra el corazón porque ahí hay amor, hay esperanza y hay unos cien niños que se lo roban con cien sonrisas. Y bueno… si es así, por las buenas, ¿quién no se deja robar el corazón?
Publicada en Prensa Libre el sábado 11 de agosto de 2007