La CCICIG y Thalia

Hay una costumbre chapina –que talvez es latinoamericana– que me incomoda: la de suponer que si alguien no está de acuerdo con uno, es porque está involucrado en saber qué.

Cuando se discutía el tema de la conveniencia de la Comisión de Investigación de Cuerpos Ilegales y Aparatos Clandestinos de Seguridad, muchos de sus promotores decían que quienes estaban contra aquella propuesta seguro que eran miembros de algún cuerpo ilegal. Cuando se discute la despenalización de las drogas, no falta quien diga que eso es de narcos. Si alguien advierte contra la monopolización de la adopción, ¿quién duda de que haya interés comercial en dicha advertencia? Si alguien escribe un libro de Historia, y cuestiona la Historia oficial, para algunos de plano que el autor está vendido.

A sabiendas de aquel riesgo, esta semana se nos presenta una oportunidad para meditar y a cuestionar. ¿A quién? A la poderosa Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que debería hallarse bajo la seguidora porque, en nota publicada por Prensa Libre, el 15 de junio, se lee que la jueza Verónica Galicia explicó que no aceptó la recusación en el caso Maskana por estar fuera de tiempo. “La CICIG intentó hablar con el oficial para que pusiera sello y fecha atrasada, y que cambiara la constancia de su notificación, pero no se le permitió. Esas situaciones provocaron que tomara la decisión de separarme de los dos procesos”, dijo la jueza. Lo que Galicia dice es que la CICIG trató de hacer que pareciera como que sí había entregado los documentos dentro del plazo de ley y así poder utilizarlos dentro de un juicio; aunque la entrega había sido extemporánea.

Cosas como esta erosionan el prestigio que sus promotores le atribuían a la CICIG. Por cosas así sus casos chuecos se han desplomado como castillos de naipes. ¿Debería, el Ministerio Público, investigar detenidamente los casos de la Comisión? Yo digo que sí; y no soy conspirador. Solo soy un ciudadano que quiere una verdadera y mejor administración de justicia. Tristemente, la costumbre citada va como aquella canción de Thalia que dice:

Parece que somos armas mortales/ Pues sin miedo mutilamos sentimientos naturales/ Destrozamos la alegría, acabamos con la vida/ Sabotajes para el alma, tropezones y apatía/ Juzgamos a todos los que encontramos/ Destrozamos sus creencias y evadimos sus razones/ Que si es guapo, pues “gay”; que si es rico es del cartel/ Que si es joven y es muy bella la cuchilla estuvo en ella.

Esta columna fue publicada en El Periódico.

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