Peligrosos salarios forzados

 

Cuando hay políticos y burócratas que creen que una comisión política debe buscar y puede diseñar una fórmula técnica para fijar un precio… eso es una red flag. Lo digo porque leí que, como no ha habido acuerdos en la comisión tripartita para fijar el salario mínimo, esa fijación la hará el Presidente; y el titular que anuncia este hecho dice: Comisión busca fórmula técnica para fijar salario. ¡De verdad hay gente que cree que un precio, como el salario, puede ser forzado políticamente y fabricado mediante una secuencia de instrucciones matemáticas… sin consecuencias graves para vidas humanas!

Así funcionan en la realidad los salarios mínimos.

El salario es el precio del trabajo productivo; y para algunos políticos y burócratas, si los precios en general y ese precio en particular no son los que ellos quieren, en función de los intereses y de su ideología, los precios están mal y deben ser corregidos de forma política; o sea, por la fuerza de la ley.

Durante siglos, desde gente muy sencilla hasta los economistas más destacados no se explicaban de dónde es que salían los precios y por qué es que las personas valoraban lo que valoraban.

A mediados de los años 1500 los miembros de la escuela de Salamanca atisbaron que el valor de las cosas no estaba en las cosas en sí, sino en quienes las valoraban. Y siglos más tarde, a finales de los 1800, Carl Menger explicó cómo es que el valor es subjetivo, o sea que depende de la valoración de los sujetos que están valorando cosas específicas, en lugares específicos. Para usar el problema de los clásicos, las personas no valoran todos los panes y todos los diamantes; sino que valoran unos diamantes, en circunstancias particulares. Por eso es que si estás perdido en el volcán de Agua luego de tres días de no comer, posiblemente darías un diamante a cambio de un pan; cosa que no ocurriría en el Oakland Mall, por decir algo.

Resulta que el valor de las cosas, incluso el del trabajo no está en los objetos (ni en el trabajo mismo); sino en la valoración personal que los sujetos le asignan a los objetos (al trabajo) en función de sus deseos y necesidades. Por eso decimos que el valor es subjetivo: porque es personal y depende de los sujetos, no de los objetos. Los precios (como expresiones de valor) no son caprichosos, ni irracionales, sino que responden a las valoraciones de los individuos. El valor está determinado por la importancia que le asigna el individuo que actúa, a un bien (como el trabajo), en función de los fines que persigue el actor. 

Los precios son mensajeros. Llevan y traen la información necesaria para que los agentes económicos tomen decisiones acerca de dónde y cuándo colocar sus recursos (como salarios para contratar). A ese proceso, al de decidir dónde colocar recursos, se le llama cálculo económico; y el cálculo económico es imposible sin precios  que den información real; y engañoso cuando no hay precios reales. Por eso es que son peligrosos los precios políticos (como el salario mínimo), porque les proveen información distorsionada a los agentes económicos y porque responden a intereses políticos, no al cálculo económico. Con información distorsionada y sometida a intereses políticos, el cálculo que hacen los agentes económicos es hecho sobre bases falsas, o distorsionadas y sus decisiones resultan en desperdicio de recursos (como oportunidades de empleo perdidas).

Las leyes de la economía, como la de la gravedad, pueden ser evadidas. Algunas personas, por ejemplo, podemos volar; pero sólo lo podemos hacer por tiempo limitado, no todas al mismo tiempo y a un costo. Algunos, por andar volando, se dan platanazos. Y tarde, o temprano, hay que regresar a la Tierra. ¿Cómo se regresa a la Tierra en materia de salario mínimo? Cuando se despide personal porque no alcanza para pagar el salario político. Cuando no se contrata jóvenes sin experiencia, porque el costo de contratarlos, a salarios políticos, supera el beneficio de entrenarlos. Cuando no se contrata a personas mayores porque el costo de darles empleo, a salarios políticos, supera el beneficio de contratarlas.

Así es como la fijación de salarios mediante una fórmula técnica, en vez de acordarlos mediante contratos voluntarios y pacíficos, tiene consecuencias graves para vidas humanas. En última instancia, defender la libertad en la formación de precios (o en los acuerdos salariales) no es solo una cuestión económica: es un imperativo moral para salvaguardar el bienestar y las oportunidades de las personas reales, y evitar que la arrogancia política destruya lo que el mercado construye con eficiencia y justicia.

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