La semana pasada una mujer dejó a sus dos bebés gemelos, recién nacidos, en un maizal y uno de los chiquitos murió. ¿De frío y de hambre? En esa semana leí que el cuerpecito de un bebé muerto fue abandonado en una mochila, que otro fue dejado en una bolsa negra, de esas de basura, en un mercado -y ahí fue encontrado su pequeño cadáver- y que una bebita fue abandonada en la calle. ¡Esos son cinco chiquitillos en una semana! ¡Que sepamos!
¿Cuántos bebés más habrán sido abandonados y murieron de hambre y frío?
La legislación antiadopciones ha hecho muy difícil que las madres que no quieren, o no pueden criar a sus hijos los den en adopción para que otras personas los críen -seguramente con amor-. De hecho, la ley antiadopciones y las autoridades encargadas de hacer que se cumpla casi fuerzan a las madres a quedarse con los pequeños que no pueden, o no quieren criar.
La legislación antiadopciones, las autoridades encargadas de hacer que se cumpla y sus promotores pone a las mujeres entre la espada y la pared. Si no pueden entregar a sus hijos a personas que desean criarlos, ¿cuáles son las opciones? El abandono, o el aborto.
La legislación antiadopciones es una normativa mala. Es perversa y cuesta vidas. No sólo las de los chiquitos que terminan en maizales, bosas, mochilas, tragantes, calljones y basureros, sino que las de las mujeres que son arrinconadas y no hallan salida a sus situaciones angustiosas.
Cuando leo historias como las de arriba, deseo, ¡en serio!, que los llantos de los bebés que mueren de hambre y de frío -tirados por ahí- les quiten el sueño a los promotores de la legislación antiadopciones y a las autoridades que podrían hacer algo por cambiarla, y no hacen nada.
La foto es de Prensa Libre.