Es cierto que desde mi balcón las Luces Campero ya no se ven como antes de los encierros forzados del 2020; pero este año decidimos no subir al tejado para disfrutarlas más tranquilos. Siempre con una copa de riquísimo rompopo cubano.
Como todos los años, el niño que hay en mí se emociona mucho con los fuegos artificiales. Me gusta hacer fiesta con las Luces Campero.
¿Sabes que durante unos 10 años, poco más, o menos, no vi las Luces Campero? En parte porque se me olvidaba estar pendiente de ellas y en parte porque trabajaba el día en que se celebraban. El primer año de aquellos juegos pirotécnicos tuve la malísima idea de subir a verlas al mirador de la carretera a El Salvador, y fue un error: solo recuerdo que se veían bien pequeñas y que el tráfico fue infernal.
Ahora, aunque se ven poco desde el balcón (o desde el tejado, como el año pasado), lo bueno es que igual las disfrutamos como micos. Ya lo he mencionado en otras ocasiones: cuando se trata de fuegos artificiales, mi regla es Baila como si nadie te estuviera viendo, ama como si nunca te hubieran herido y canta como si nadie pudiera oírte. Así que yo exclamé: ¡Oh! ¡Ah! Wow!, y aplaudí a gusto.
A diferencia del año pasado, que no subí mi copa de rompopo tipo cubano de doña Luisa Cuadrado porque pensé que iba a estar muy incómodo con tanto viento y sin tener dónde depositar la copa, este año me disfruté una viendo las luces y otra escribiendo estas líneas. Ese rompopo, por cierto, es una receta francesa que preparaba una tía española -de doña Luisa- que vivía Cuba y ahora ella lo prepara en Guatemala.
Y así, con rompopo en mano y el cielo encendido, te recuerdo que la vida es demasiado corta para verla de lejos: hay que acercarse, brindar y gritarle al universo que seguimos vivos. ¡Feliz solsticio de invierno y feliz navidad!



