Anacates, un deleite chapín

 

En casa, una temporada de anacates no está completa si no los comemos con espaguetis, con frijoles colorados, con macarrones y horneados, solos como tentempiés con salsa de perejil y jerez, y en pizza. A estas alturas —porque la temporada empezó tarde— solo llevamos los dos primeros.

Frijoles colorados con anacates, arroz y crema.

Los anacates son uno de mis platos chapines favoritos; pero los chanterelles (ese es su otro nombre) son universales y apreciados en muchas culturas. Desde niño, en la casa de mis padres y de mi abuela Frances, los gozaba mucho. En aquel tiempo no eran tan abundantes como ahora, y siempre fueron bocatto di cardinale.

La época de oro de los anacates en casa de mis padres y de mi abuela fue en los años 90, cuando una señora de San Juan Sacatepéquez los traía en pequeñas y encantadoras cestas de hojas. Fresquísimos a más no poder. Estos hongos no solo destacan por su sabor particular y delicado, sino por su consistencia, que ofrece algo de resistencia a la mordida. Su color anaranjado es muy atractivo y sus formas son variadas.

En casa, los anacates con frijoles colorados los comemos con crema de la mejor y buen chile. Los preparamos con dos recetas: 1) La mía es que cueces los frijoles con ajo y cebolla abundantes, y sal, en la olla de cocimiento lento con bastante agua. Preparas un sofrito con aceite de oliva, cebolla y tomates picados finos, sal y pimienta, y le añades los anacates cortados transversalmente; se cuecen, pero ojo, que no se recuezan. Cuando están cocidos los frijoles, se les añade aquel sofrito y así se sirven. 2) La receta de Raúl incluye semillas tostadas y, más que un sofrito, lo que le añade a los frijoles es casi un mole. El sabor también es delicioso y tiene un nivel extra de complejidad.

 

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