¡Esta es la pura temporada de pitayas!, y hace un par de semanas tuvimos la dicha de comerlas recién cortadas en un jardín. A las pitayas se las conoce como frutas dragón, y en alguna parte de Centroamérica -posiblemente en Honduras- hay una cueva, habitada por murciélagos, de la cual salen ríos de sangre. Sangre que no es otra cosa que los excrementos de aquellos animalitos alimentados con estas frutas maravillosas.
Esa historia la leí en uno de mis libros de lectura en la primaria. Imagínate qué sentían los antiguos habitantes de esas tierras cuando veían ríos de sangre saliendo de Xibalbá. Y, tras de aquellos flujos, a los mismísimos mensajeros del inframundo, quizá millones de zotz.
Lo que destaca de las pitayas que conocemos es su color extraordinario; porque, para ser justos, su sabor no es la gran cosa. Eso lo resolvemos en casa añadiéndoles azúcar y un toque de Triple-sec.
El vídeo de abajo es en las cuevas de Lanquín, en 2016, cuando estuvimos en la entrada de la caverna a la hora de la salida de los murciélagos.