En defensa de la voluntad de la gente

Las mujeres colocaban lápiz labial en las uñas y, cuando había votos desfavorables, manchaban las boletas y así los votos quedan anulados. Cuando era adolescente escuché esta historia de parte de un capacitador de delegados de partidos políticos, que contaba trucos que les enseñaba a sus capacitados.  En esa ocasión escuché esta otra: Una persona echaba la colilla encendida de su cigarrillo dentro de la urna cuando los resultados de esa mesa eran para otros partidos.  ¿Qué talito? No sé si esos trucos funcionaban; pero como los oí se los cuento.

Tribunal Supremo Electoral. Foto por elPeriódico.

Esa vez escuché que, al amparo de la noche, cuando en el Congreso se hacía el recuento final de todos los votos, un grupo de diputados había entrado al recinto parlamentario para eliminar votos adversos.   Todo aquello cambió luego de 1985.

En aquellos tiempos cocinar un fraude electoral requería acciones físicas de muchos individuos y eran trabajo de hormiga. Había que eliminar boletas físicamente y había una conexión directa entre los perpetradores y sus actos.  Cuando un fraude electoral se cocina mediante software, el fraude se ejecuta todo al mismo tiempo, y la conexión entre los perpetradores y el acto es indirecta y remota.

Por eso es que -como en Suecia, por ejemplo- no hay nada como votar en papel y con crayón.  Por eso es que nada mejor que la última palabra la tengan las actas de los miembros de las juntas electorales.  Por eso es que nada mejor que -como en Suecia- haya un cotejo de votantes contra padrón físico.  Por eso es que es inaceptable la idea de que el cotejo y el escrutinio los haga un software de muy mala fama mundial y que la auditoría lo haga una empresa de poray y que el TSE, por sí mismo, no pueda asegurar -sin lugar a dudas- que los resultados electorales son apegados a la realidad.

Durante décadas el modelo electoral guatemalteco ha probado su confiabilidad debido a la descentralización, las verificaciones cruzadas y a cadenas de custodia transparentes.  Esas prácticas virtuosas se perderán si el TSE -y quienes quiera que estén detrás de esa idea- concretan el cambio de modelo y migran hacia un sistema electrónico oscuro, costosísimo y de dudosa reputación.

Columna publicada en elPeriódico.

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