No me quedé sin toritos

 

Mi barrio es la Villa de Guadalupe donde hoy es fiesta; y hubo toritos, gigantes, bailes como es tradición.

Debido a los encierros y las prohibiciones del año pasado, la celebración fue bastante sencilla; y en 2019 había sido peor.  Me alegro de que la tradición de estas fiestas sea rescatada y que la gente del barrio esté dispuesta a echar la casa por la ventana como se dice en buen chapín.

Ya sabes, en Guatemala las fiestas se adornan con pólvora y la de Guadalupe no es la excepción.

Estoy seguro de que el año entrante será muy bueno en términos de fiestas populares y tradicionales.  Esto es importante porque las tradiciones no sólo nos dan un sentimiento y una sensación de comunidad; sino que cumplen una función sanadora frente a la desesperanza y a la inestabilidad. Aromas, alimentos y sonidos, texturas y colores, así como rituales nos traer recuerdos y nos invitan a reflexionar.  Fuegos artificiales, costumbres,  disfraces y más son parte de aquel acervo rico y enriquecedor.

Si visitas con frecuencia Carpe diem, sin duda sabes que mi elemento favorito de las fiestas populares son los toritos.  ¡Amo los toritos!

Cuando yo era niño, las historias de mi tía abuela, La Mamita, acerca de toritos durante las fiestas tradicionales disparaban mi imaginación. Yo tenía muchas ganas de ver toritos y no fue hasta hace relativamente pocos años que vi el primero en San Juan del Obispo. Desde entonces pocas cosas me emocionan y divierten tanto y me ponen tan contento como salir a buscar toritos y verlos desplegando sus luces y sus colores entre la gente que se les acerca y les huye.

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