Allá por finales de los años 70 y principios de los 80 y entre otras cosas, mi papá vendía papel de seguridad y otros papeles especiales. Papeles para imprimir billetes, para imprimir estampillas, para hojas de papel sellado, para acciones, bonos y así.
El más beneficiado fui yo porque mi papá me regalaba muchas de las muestras de aquellos productos. Yo tenía muestras de sellos, bonos, billetes y documentos de muchas partes del mundo, siempre agujereados para invalidarlos, pero algunos muy hermosos. Y como siempre me han gustado las curiosidades y en aquel tiempo coleccionaba estampillas, billetes, monedas y medallas, pues era muy dichoso.
El único beneficiado en grande fui yo, porque él nunca ganó una de esas licitaciones que hacen ricos a los que las ganan. No las ganaba porque no daba mordidas, cuando las coimas eran de a duras penas 10% del negocio. Recuerdo que una vez le rechazaron la mejor oferta de papel ledger blanco…porque era muy blanco. Eso sí, salí ganando porque fui a conocer el taller nacional de grabados en acero y fue fascinante.
Cuento esto porque luego del hallazgo de la caleta con Q122 millones de quetzales en La Antigua, el hedor de la corrupción vuelve a ser motivo de escándalo entre nosotros. Lo cuento porque vuelven a salir a cuento las falsas soluciones contra la corruptela: Que haya buenos funcionarios a cargo, que haya mejores procesos, que haya más supervisión, que vengan de afuera a vigilarnos, y así. Pero lo puro cierto es que la corrupción no se va a acabar mientras existan las inmensas y suculentas posibilidades de arbitrariedades y privilegios propias del estatismo. Donde haya funcionarios poderosos capaces de asignar bisne, retirar obstáculos, abrir puertas y repartir canonjías, ahí va a haber oportunidad para la corruptela. No importa cuantos corruptos metas a la cárcel, no importa cuántos controles y controles de controles pongas en el camino, cuando lo que hay en juego es millones y millones de queztales, ahí va a haber quién venda y quién compre favores.
Eso es cierto aquí, y en Chicago, o en Los Angeles, ahora y siempre.
Columna publicada en elPeriódico.