Una de las estampas urbanas que más disfrutan los visitantes que suelo llevar al centro de la ciudad es la de las cabritas; y el martes pasado vimos como ordeñaban a una.
Escenas como esta no se ven en las grandes ciudades del mundo. Y ni siquiera en las pequeñas de los países desarrollados. A los visitantes no sólo les encantan las cabras que pasean por las calles y por la Plaza de la Constitución, sino que les impresiona el chasquido del látigo y el hecho de que la gente tome leche al pie de la cabra.
Cuando yo era adolescente, llegaban cabras a mi colonia y mi padre solía comprar leche de cabra. Se las daba a mis primos a quienes les causaba mucha gracia. Yo no la tomaba porque no me sienta bien. Lo que yo detestaba, eso sí, era el sonido del látigo, sobre todo en vacaciones cuando las cabras pasaban temprano y yo todavía estaba bien dormido. No era agradable despertar con aquellos latigazos en el aire.
Descontando la imundicia que dejan por ahí, estos son los contrastes entre la urbe moderna, y la Guatemala que todavía tiene rasgos de pueblón.