Un incendio destruyó la casa antigua del Cacique Inn, área privada que ocupaba la familia propietaria de aquel hotel iconográfico de Panajachel. El incendio no se extendió a las habitaciones ocupadas por los huéspedes, ni al restaurante, ni a la cocina. Aunque no tengo duda de que la empresa se recuperará de esta tragedia, no deja de ser triste esta pérdida económica y cultural.
El Cacique Inn fue fundado gracias al carácter emprendedor y luchón de mi tía abuela, Adela Morales Schuman a principios de los años 70. Comenzó con unos cuartos y creció rápidamente. Sospecho que fue por tres causas notables: la pasión hotelera de la Tía Adelita que se traducía en una hospitalidad cariñosa; lo encantador de sus habitaciones y jardines; y su comida deliciosa.
El incendio de aquella casona es una pérdida cultural porque su arquitectura era hermosa e iconográfica. Era un chalet de madera, de la primera mitad del siglo XX, que tenía un carácter propio y señorial. Había sido mandado a construir por un matrimonio de apellido Kay, que luego lo dejó porque optó por algo más cerca del lago. Inmediatamente después fue la casa privada de mi bisabuela, Adela Schuman de Morales; pero nunca la ocupó porque prefirió vivir junto a su hotel, que era el Casa Contenta. Antes de llegar a ser el Cacique Inn, la casa siempre estuvo disponible para recibir a familiares y amigos.
El incendio de aquella casa también es una pérdida cultural porque allí se hallaban las docenas de huipiles que eran propiedad de mi Tía Adelita. Huipiles que ella lucía con orgullo y elegancia. Muchos eran antiguos y todos eran de gran calidad artesanal. Era intención de las hijas de mi tía abuela organizar una exhibición permanente de los huipiles, en memoria de Adelita y compartir, así, aquella hermosa colección.
Mis primeras memorias de aquel lugar son de cuando era chico y mis primas y primos íbamos allí a jugar, a pesar de que no nos estaba permitido hacerlo. Gracias a la Tía Adelita pasé muchas vacaciones y asuetos en Pana y muchas veces dormí en la casa. Más de una vez me tocó dormir sólo en el segundo piso y ahora me da algo de risa recordar que -con papeles- yo trataba de asegurar puertas y ventanas para que no crujieran -especialmente en las noches ventosas de octubre y noviembre- porque a mí me daba miedo. Esa casa fue escenario de aventuras. Me recuerdo leyendo Demián, de Herman Hesse, en el balcón de la casa. Recuerdo el café con leche en las tardes lluviosas de junio y septiembre. Recuerdo las siestas durante las tardes calientes de marzo y abril. Allí estaba yo la noche en que mi padre tuvo el accidente que acabó con su vida.
La Tía Adelita era una mujer generosa y una emprendedora ejemplar; y estoy seguro de que aquella parte de su legado será levantada, literalmente de las cenizas. Ya la oigo diciéndole a sus hijas, a sus nietos y a Milo: Cowboy up!
Foto por Cacique Inn.