Si se rompe la paz en Venezuela, se romperá en toda América Latina, amenazó ayer Pablo Monsanto en su cuenta de Twitter. Monsanto es uno de los excomandantes de la guerrillera Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca; y lo primero que se me ocurrió fue preguntar, ¿cuál paz? Ah, si, la paz de un pueblo intimidado por el régimen de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello; y la paz de un pueblo empobrecido a fuerza de socialismo y corrupción hasta el punto de que la gente más vulnerable tiene que cazar perros y gatos para comer.
Luego se me ocurrió: El amago guerrerista de Monsanto, ¿será en serio? ¿¡Tanto añora esta gente el fusil, las masacres, el terrorismo, la muerte y el odio!?
En esas estaba cuando recordé que el también exguerrillero Salvador Sánchez Cerén, presidente de El Salvador, salió en defensa de Dilma Rousseff que es otro de los íconos del socialismo del siglo XXI. La también exguerrillera y Presidenta suspendida de Brasil se halla en líos políticos por violar las leyes presupuestarias de su país.
Luego de la implosión electoral de Cristina Kirchner, en Argentina, y a las puertas de un proceso por administración infiel en perjuicio de la administración pública, en el marco de lo que ocurre en Brasil y está ocurriendo en Venezuela, los gobiernos socialistas de América Latina se están desmoronando en su propia naturaleza cuyos efectos son la miseria y la corrupción. ¿Será aventurado especular si los próximos serán los de Evo Morales, Rafael Correa, o Daniel Ortega?
Si esas son buenas noticias, las malas son que Monsanto, Sánchez Cerén y quién sabe cuántos más de esa estofa están nerviosos. Tan acostumbrados, ellos, al AK-47 y medio atados de manos por su retórica democrática, el estrés ha de ser agobiante. Desde esa perspectiva, como de cosa antigua e irrelevante, ¿de verdad será atractivo romper la paz en América Latina?