Los hermanos lelos eran personajes del dueto Los polivoces en la primera mitad de los años 70. Lelo quiere decir atontado o pasmado; y en cada sketch en el que participaban, los hermanos lelos hacían gala de su carácter en situaciones incongruentes, absurdas y francamente bobas.
Los sketches de los lelos comenzaban con la frase: Hermano lelo y el hermano que iniciaba el diálogo planteaba una situación apropiada para el carácter disparatado, o necio de la conversación que seguía. Por ejemplo: –Hermano lelo, ¿ya llegaste? –¿Qué no me ves?, hermano lelo, ya llegué…y así seguían. De tan tontos, los diálogos eran casi, casi muy divertidos.
De los hermanos lelos me acordé cuando leí que la Contraloría de Cuentas ha entregado casi 24 mil finiquitos, la mayoría a funcionarios que buscan un puesto de elección popular. El Contralor comentó que la oficina a su cargo ha sido obligada, por tribunales de Amparo, a entregar finiquitos a candidatos que tienen reparos por mal manejo del dinero de los tributarios. En consecuencia los candidatos con reparos consiguen sus finiquitos, son inscritos, gozan de inmunidad, se hacen el quite, reina la impunidad y todo pasó, sin que pasara nada. ¿Vas a creer?
De los hermanos lelos me acordé cuando leí que la Presidenta de la Corte de Constitucionalidad puso en evidencia que en aquel tribunal lo jurídico se está decidiendo políticamente, en alusión al amparo provisional que suspendió un antejuicio contra el presidente Pérez Molina. De los hermanos lelos me acordé cuando leí que una estructura mafiosa dentro de la PNC defraudó al menos Q56 millones. ¿Vas a creer que sólo hay una? ¿Vas a creer, que sólo Q56 millones? ¿Vas a creer que no hay algo parecido en cada ministerio, en cada municipalidad, en cada oficina descentralizada, y en cada oficina autónoma?
A mí se me hacen cosas como de los hermanos lelos. Es como de los hermanos lelos que a la vista de aquellas y otras revelaciones muchos grupos de interés no se den cuenta de que urge reducir el poder de los políticos estatistas, urge someterlos a la ley, y urge confinarlos a su mínima expresión en la sociedad.
Columna publicada en elPeriódico.