Nos elevamos sobre el pasto, suavemente; con el Volcán de Fuego lanzando rugidos y humo, y a su lado -como tranquilo- el Acatenango. De lejos nos veía el Volcán de Pacaya. Con el cielo azul y el sol brillante, fue un día perfecto para volar en globo aerostático.
¡Chispas!, es como flotar en el aire. ¡Me sentí como Phileas Fogg! Son impresionantes el silencio cuando uno se eleva y el hecho de saber que sólo el aire caliente es lo sube a uno en la góndola del globo. De verdad sientes que estás flotando. Luego agarramos velocidad y el piloto nos llevó al ras del pasto y de la caña de azúcar, nos paseó sobre las copas de los árboles y a lo largo de un río, nos elevamos alto, alto hasta sentirnos como compañeros de las aves.
Lo maravilloso de un vuelo en globo son la complejidad y la simpleza. El silencio, la suavidad y el hecho de que la experiencia se puede compartir íntimamente. Allá arriba estás en contacto directo con el viento (que no se siente), la luz y el paisaje. Nada te separa de ellos excepto una canasta. Nada te sostiene excepto el aire y una membrana de múltiples y alegres colores.
Los vuelos al ras son emocionantes porque sientes la velocidad; y los vuelos en alto emocionan porque ves la inmensidad. La diferencia de hacerlo con otros aparatos voladores es que el globo aerostático no va de prisa, su velocidad es justo cabal para apreciar detalles. Es como la diferencia entre ir en automóvil, ir en bicicleta, o caminar. Cuando caminas tienes experiencias sensoriales que no puedes tener de otras formas. Algo así es lo de ir en globo. Sientes la velocidad; pero sientes la serenidad.
Uno de mis momentos favoritos -luego del del despegue- es el del paso sobre un río entre árboles densos. Sientes la brisa fresca del viento, pasas rozando las copas de los árboles y escuchas, dentro del verdor, el agua que corre y atisbas los brillos del sol en la corriente y nada importa. Sólo el momento. Sólo la compañía más querida. Sólo el hecho de que estás ahí, y el hecho de que la alegría y la felicidad pueden ser inmensas.
No fue fácil
La idea de hacer el paseo en globo -con Raúl y El Ale- surgió en febrero pasado luego de una conversación que tuve con uno de los emprendedores que hacen posible esta experiencia; y el vuelo fue programado para mediados de abril. Uno se levanta a las 4:00 a.m, el equipo pasa a por uno a las 5:00 a.m. y para hacer la historia corta uno debería estarse elevando a eso de las 6:00 a.m. El primer día que lo hicimos no pudimos elevarnos porque había demasiado viento; así que reprogramamos el vuelo para mayo. En mayo se repitió el procedimiento y tuvimos que volver a cancelar debido a las malas condiciones del clima. ¿Cómo estaba yo en ambas ocasiones? Como un niño al que le quitaron la Navidad.
¿Como estaba yo para este tercer intento? Como un niño al que le devolvían la Navidad. Pero del plato a la boca, se cae la sopa. La noche del sábado fuimos a cenar ceremonialmente para celebrar que al día siguiente volaríamos. ¡Y los camarones que pedimos de entrada para compartir me dieron alergia! Y paré en el hospital porque no aguantaba la comezón y se me estaba haciendo difícil la respiración. ¡Carajo! Nada nos detuvo, eso sí. El domingo a las 4:00 a.m. nos levantamos para elevarnos.
Un final feliz
Cuenta la historia que, para apaciguar el enojo de los campesinos a quienes el globo de los Montgolfier les estropeaba las cosechas cuando aterrizaban, los hermanos inventores del globo aerostático llevaban champagne y lo compartían con los damnificados. De modo que es tradición que, luego de un vuelo en globo, se beba y se brinde por el éxito del paseo. Para cumplir con los preceptos bebimos mimosas en un pastizal. Luego de habernos divertido como micos.