No a la censura

Los que conocen Carpe Diem saben que me opongo al uso del dinero de los tributarios -por parte de los pipoldermos– para financiar cualquier tipo de arte.  Y no les va a extrañar que me oponga a una alianza entre religiosos y políticos para ejerecer la censura.

El término censura, por cierto, sólo se aplica a actos de poder ejercidos desde el gobierno.  Ningun individuo u organización -incluso ninguna iglesia- tiene la capacidad de silenciar, o suprimir una publicación, una pintura, una escultura, o una canción, para citar unos ejemplos; sin embargo, los políticos y sus funcionarios sí tienen el poder para hacerlo.

La libertad de expresión de individuos privados incluye el derecho a no estar de acuerdo con lo que ve, lee, o escucha; y también incluye el derecho a no leer, escuchar, ni ver -y a no financiar- a sus antagonistas.  En cambio, los políticos y sus funcionarios, con dinero ajeno tomado por la fuerza y supuestamente de todos, no deben coligarse con intereses privados para beneficiarse, ni para  imponerse sobre otros.  Por eso es inaceptable que los religiosos y los políticos y sus funcionarios financien esculturas (por ejemplo), y es inaceptable que dispongan qué es lo que se puede exhibir, y qué no. ¿Por qué? Porque están usando la majestad de la ley, y el poder público, para imponerse.

Pero claro, la culpa no es del loro, sino del que le enseña a hablar.  Muchos de los que ahora claman contra la censura, no dudan en pedir y aceptar que los políticos y funcionarios tomen dinero ajeno por la fuerza y se los entreguen a ellos para que ellos puedan pintar, esculpir, escribir, cantar, o tocar instrumentos, a costa y muchas veces a disgusto de los legítimos propietarios de los recursos.

Los estatistas quieren tener los privilegios; pero no les gusta pagar el costo de entregarse (y de entregarnos) a los pipoldermos.

Las fotos son de una escultura de Manolo Gallardo, una foto de David Vance y una performance de Marina Abramovic.

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