Ayer, luego del fiambre, terminamos en el tejado de mi casa volando un barrilete que cayó allí. Yo tenía…desde…quizás desde principios de los años 80 de no volar un barrilete y este se desplomó mientras observábamos el atardecer. Lográmos elevarlo de nuevo y sin posibilidad de saber quién era su propietario lo elevamos durante un buen rato.
Me acordé de cuándo volaba barrilete en un campo que quedaba cerca de la casa de mis padres; y de cuando era niño y mi papá, o mi tío Freddy nos llevaban a mis hermanos y a mí a volar barrilete a la Avenida de las América. Mis primeros barriletes, sin embargo, los volaba en la terraza de la casa de mi abuelita Juanita, elaborados por ni tía abuela, La Mamita.
Aquí se hacen con cañitas de bambú y con papel de china colorido. Las colas se le hacen con papel periódico, o con trapo, dependiendo del tamaño del barrilete.
Porque noviembre es un mes de mucho viento es la temporada de barriletes en Guatemala; también es tradición que, en algunas poblaciones, haya grandes celebraciones que involucran barriletes gigante en honor a los muertos -siendo que el 1 y el 2 de noviembre se festeja a todos los santos, y a los difuntos.
Fue una gran ocasión la de ayer, cuando luego del tradicional almuerzo de fiambre -y de probar un magnífico y celestial helado de camote, que hicieron en casa- tuvimos la oportunidad de compartir este barrilete con amigos y familia.
Mi historia favorita con los barriletes tiene que ver con su nombre. En otros países se les llama cometas o papalotes; y en la República Dominicana, por ejemplo, se les dice chichiguas. Ahora bien, aquí, en Guatemala, las chichiguas eran las nodrizas indígenas de la villa de Mixco que, hasta temprano en el siglo XX, venían a amamantar a niños de la ciudad de Guatemala cuyas madres no podían, o no querían, darles el pecho.
De ahí la frase mi hermano de leche, para referirse a aquellos con los que se había compartido el pecho.
En la foto nótense los celajes, que también son característicos de noviembre; y la cima del volcán de Agua.