En los comicios recién pasados, por lo menos diez alcaldes fueron electos aunque tenían juicios pendientes; y leí que el expresidente del TSE, Mario Guerra, llamó la atención sobre algo que, seguramente, notaste durante este proceso: Hubo poco respeto para el Tribunal”.
Los partidos políticos empezaron la campaña cuando les dio la gana; solo presentaron el informe de sus finanzas los que así lo quisieron; fueron inscritos candidatos sin finiquitos; ¿Quién cumplió con los límites para los gastos de campaña? En varios municipios del interior hay amenazas de violencia y no se integran juntas electorales; y en aquel alto órgano, afloraron diferencias partidistas entre los magistrados; y así puede seguir la lista.
Los partidos –que nunca han sido los intermediarios entre gobernantes y gobernados, ni las plataformas ideológicas y programáticas que distinguen clásicos como Duverger– ya ni siquiera hacen esfuerzo alguno por ocultar que no son, sino roscas y maquinarias electoreras cuyo objetivo es llevar a sus dueños al poder.
En medio de aquel ambiente, pasado mañana vamos a tener que acudir a una segunda ronda electoral que no es capaz de levantar más emociones que el despertar de un perezoso o Choleopus didacylus.
Es evidente que el sistema actual se agotó. Se agotó porque era insostenible; y se agotó, también, porque buena parte de la demanda electoral ha madurado. Buena parte de los electores, y de los tributarios, ha madurado. Mucha gente se pregunta que por qué es que debería pagar impuestos para mantener una clase política saqueadora y rapaz. Si en algunos de los países donde todavía hay monarquías, los tributarios se preguntan que por qué es que deben mantener a la familia real; no es menos legítimo que tú te preguntes: ¿por qué debo mantener parásitos?
Urge, pues, una reforma electoral. Una que consolide la República, que acabe con los privilegios, que haga eficiente y fortalezca la facultad de elegir que tienen los ciudadanos, que opere en favor de los mandantes, y que aproveche la energía y el entusiasmo que la gente vuelca en las elecciones. Una para evitar que el descontento se vuelva violencia.
De nuestra parte, será muy irresponsable si ignoramos los llamados de atención que recibimos en septiembre y no tomamos en serio lo que está pasando frente a nuestras narices. Hace añales, el periodista Hugo Arce escribió una columna titulada Pueblo pendejo; y me pregunto si le daremos, o no, la razón a Hugo.
Esta columna fue publicada en El Periódico.