Lo mejor de salir a pueblear es la gente con la que uno se encuentra; y disfrutar de la calidez humana que es difícil encontrar en las prisas de todos los días, entre el tráfico de todos los días. No me refiero a la calidez que siempre hay en casa; sino a esa que -con sonrisas- se les dispensa a los extraños. Esa que hace que los viajes y paseos sean memorables.
El sábado, que con mis amigos Lissa y Raúl andábamos por Samayac, Suchìtepequez nos encontramos con un grupo de señoras que estában bien atareadas preparando una gran comida. Ahí estaban los fogones, las ollas de barro, los morteros, las piedras de moler y las licuadoras, echando punta al concierto de un grupo de mujeres que preparaban masa para tamales, recado, ensalada rusa, sopa de arroz, tortillas, frijoles y horchata. ¡¿Cómo resistirse a tanto encanto?!
Yo digo que las señoras nos vieron las caras de embobados y con esa generosidad y esa candidez que caracteriza a la gente buena nos invitaron a bajar a donde ellas estaban cocinando. Pedí permiso para tomar fotos y, entre broma y broma, las señoras permitieron que las fotografiáramos a ellas y a sus guisos. Nos convidaron a comer tortillas con frijoles acompañadas de horchata. Y se divirtieron viéndonos como movíamos su masa de los tamales y como tratábamos de tortear.
Pasamos un buen rato y de no ser porque queríamos conocer más de aquella fascinante población, hubiéramos aceptado su invitación a regresar para almorzar con ellas. ¡ Aaaaah!, como me hubiera gustado regresar a compartir y a reírme con ese encantador grupo de señoras.
Exotismos en el mercado de Samayac.
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