Una bebé, con cinco horas de nacida y dos libra de peso, fue encontrada junto a la puerta de una vivienda en Retalhuleu. En el frío y bajo la lluvia, la criatura fue hallada envuelta en una frazada.
Otra hubiera sido la bienvenida que este mundo le dió a esta pequeña si su madre hubiera tenido la opción de darla en adopción sin tener que someterse a presiones burocráticas para no hacerlo. Otro hubiera sido el comienzo de su vida -ahora precaria- si su madre hubiera podido arreglar que personas buenas se hicieran cargo de los cuidados prenatales, natales y posnatales para ella y para la bebé. Otro podría ser su destino si en vez de una madre descorazonada, o atemorizada, la hubieran estado esperando personas felices de tener y criar una hija.
Pero no. Los patrocinadores de la ley antiadopciones decidieron que ni la bebé, bautizada Milagro por los bomberos, ni otros bebés en esas circunstancias tienen opciones como aquellas. Los hijos no deseados están condenados al abandono, al aborto, o a caer en manos de burócratas.
¿Será que tienen el sueño tranquilo los patrocinadores de la ley antiadopciones? ¿Cuántas misas y cuántos somatones de pecho valen la vida de un niño sin familia, o un niño abandonado, o un niño abortado? ¿Cuántos Lexotanes serán necesarios para vivir escuchando el llanto de Milagro?