Recuerdos entre humo de copal

El aroma inconfundible, mágico y seductor del copal inundó mi casa ayer.  Tenía ratales de no quemar copal porque,  principalmente,  para hacerlo hay que juntar fuego de carbón.

Cuando fui a El Mirador, nuestro guía, Darwin, tuvo la buena idea de llevar copal y quemar un poco mientras contemplabamos el atardecer sobre la pirámide de El Tigre.  Desde entonces, aquella resina me transporta a aquellos momentos que pasé en el Reino Kan y a la aventura que viví para llegar allá.

Conocí el árbol del copal, por primera vez, cuando caminé por la selva rumbo al sitio arqueológico de Waká-El Perú.  Que emoción sentí cuando el guía señaló el árbol y cuando hice el corte para extraer algo de aquella sustancia preciosa.

Y conocí el copal, por primera vez en mi vida, cuando una noche, en Cobán, saturamos un cuarto de La Posada con humo de esa resina.  Acompañado por un grupo extraordinario de amigos de la Asociación Guatemalteca de Orquideología, pasamos una velada inolvidable contando historias, riéndonos y disfutando de la buena compañía envueltos en humo del copal sagrado.

Al día siguiente corrí al mercado a comprar un gran bodoque de copalli; y aunque aquello ocurrió ca. 1979, todavía tengo lo que queda de aquel bodoque y parte de eso es lo que quemé ayer.  Aunque ya tiene como 32 años, todavía conserva su intensidad y su encanto.

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