Dice el dicho que se puede ignorar la realidad; pero no se puden ignorar las consecuencias de ignorar la realidad. De eso me acordé cuando leí que que 3 de cada 10 encuestados piensan que hace mal, o muy mal su trabajo. Desde otra perspectiva mientras que 8.7% de los encuestados piensa que la Cicig hace muy mal su trabajo; sólo 3.2% piensa que lo hace muy bien.
¡Peor aún!, casi 4 de cada 10 encuestados considera que el trabajo de la Cicig ha contribuido a recuperar la confianza de la gente en los tribunales de justicia.
Yo digo que lo que está pasando es lo que tenía que pasar; porque la Cicig en lugar de resolver los problemas de fondo vino a constituirse en una especie de proconsulado, cuando no en una especie de tractor que pasa sobre cualquier cosa. La gente se dio cuenta del humo y de los espejos; y se desencantó.
Que lejos quedan, pues, aquellos días en los que la Cicig era vista (y ofrecida) como uno de aquellos ungüentos que, según los curaderos del siglo XIX curaban desde la caspa hasta el ojo de pescado, pasando por la tos, la impotencia, la rasquiña y otros males.
El problema que tenemos los chapines con el sistema de justicia no se compone importando burócratas internacionales; se compone revisando nuestras premisas y nuestro compromiso con los valores republicanos y con la justicia misma. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum.