Las ramas de lo que ocurrió en la Zona Viva

Estimo que la idea de una Zona Viva, al estilo de las zonas rosa que hay en otras ciudades, surgió allá por los años 80.  Lo recuerdo bien porque durante un tiempo viví con mi abuela en la Segunda avenida y 12 calle.  Por aquel tiempo hubo un intento de ponerle de nombre algo así como la Zona de las Jacarandas; pegó más el de Zona Viva.

Durante un buen tiempo ahí estuvieron algunos de los mejores restaurantes de la ciudad; y muchos de los mejores lugares de diversión nocturna.  La Zona Viva surgió espontáneamente alrededor de uno de los hoteles de 5 estrellas más importantes de la ciudad, y en un área cuya arquitectura y urbanismo se prestaba para el efecto.  Naturalmente, al margen de la mera Zona Viva surgieron negocios cutres para atender a la clientela que buscaba acercarse a donde estaba la acción.  Y la Zona Viva se empezó a deteriorar.  Eso sí, el racionalismo constructivista trató de rescatar el área y mandó a poner maceteros en las esquinas y a poner aceras de mármol verde, quién sabe a qué costo. Pero el deterioro continuó.  Ese deterioro, digo yo, tiene que ver con dos fenómenos naturales: 1. La gente se aburre de ir a los mismos lugares y la vida nocturna evoluciona.  2. La economía de los chapines no da para sólo restaurantes de 5 tenedores, hoteles de 5 estrellas y otras diversiones caras; y demanda, claro, lugares más cómodos económicamente hablando.  Vi buena parte de ese proceso porque durante mucho tiempo viví en la 14 calle.

Algo parecido, pero en muchísimo menos tiempo, ocurrió con ese otro experimento racionalista y constructivista que fue Cuatro Grados Norte que terminó asfixiado porque la gente se cansó de ir ahí, y porque fue rodeado por lugares cutres.  Aunque las calles principales del distrito contaban con alguna seguridad privada, los alrededores se volvieron peligrosos, como ocurrió en la Zona Viva.

Algo así de triste auguro que va a pasar con la Sexta Avenida, que es el tercer experimento racionalista y constructivista de esta misma naturaleza.

Luego de la balacera que ocurrió en la Zona Viva hace ocho días, hay mucho clamor por resolver el problema de inseguridad haciéndose énfasis en la proverbial incapacidad de las autoridades locales.  Pero ojo; primero, es natural que los barrios y los distritos evolucionen de acuerdo con las necesidades de la gente, la composición de la clientela y sus posibilidades económicas.  Eso es un hecho que tiene más que ver con lo difícil que es el crecimiento económico en un ambiente tan adverso como el guatemalteco, que con poner aceras de mármol, o sembrar macetas. Y, segundo, la delincuencia como la del sábado pasado en la Zona Viva está íntimamente relacionada con las condiciones que crea la criminalización de las drogas.  Y ese fenómeno, el de la guerra perdida contra las drogas, también escapa a las modestas posibilidades de autoridades ineptas que creen que este tipo de cosas se arreglan con más licencias y regulaciones para restaurantes, bares y discotecas; con más prohibiciones y toques de queda; o con medidas parecidas.

La guerra contra las drogas escapa a la modestia de la improvisación local y se está peleando en las calles, pueblos y carreteras de Guatemala.  La misma, a pesar de su fracaso, seguirá reclamando vidas.  Como dijo Henry David Thoreu, por cada mil personas atacando las ramas de un problema, hay una sóla atacando sus raíces.  Antes de que los muertos sean más, es hora de cuestionar la guerra contra las drogas.

La foto, por cierto, es de la 14 calle de la Zona Viva, tomada la noche en que vino George W. Bush.

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