En Guatemala, los partidos políticos no son aquellos intermediarios entre gobernantes y gobernados, ni aquellas plataformas ideológicas que describen clásicos como Maurice Duverger. Aquí, lo que conocemos como partidos políticos son maquinarias electoreras y roscas de amigos y clientela diseñadas para conseguir un boleto en las elecciones y llevar al poder a personajes específicos. O al reves; personajes específicos brincan de una organización de aquellas a otra hasta lograr alcanzar el poder.
La Unidad Nacional de la Esperanza se hizo para llevar al poder a Alvaro San Nicolás Colom; la Gran Alianza Nacional se hizo a la carrera para llevar a la presidencia a Oscar Berger; a Alfonso Portillo le dio igual que lo postularan la Democracia Cristiana y luego el Frente Republicano Guatemalteco. El Partido de Avanzada Nacional y el Partido Unionista fueron los vehículos para que Alvaro Arzú fuera coronado. El Movimiento de Acción Solidaria fue flor de un día para que Jorge Serrano alcanzara la presidencia; y la Democracia Cristiana Guatemalteca se extinguió luego de cumplir su cometido con Vinicio Cerezo.
¡No hay tal cosa como partidos políticos en Guatemala! Lo que hay es maquina electoreras y roscas de amigos y clientela.
Ese fenómeno conocido como el transfuguismo, que es la práctica de políticos electos de pasarse de un partido a otro es parte de la naturaleza de aquellas máquinas y roscas. Los partidos que han intentado tener principios, los tienen tan generales, tan vagos y tan vacíos, que es como si no los tuvieran. Las listas de candidatos impiden que las personas puedan votar por candidatos individuales. En muchos casos, y cuando se puede, las personas votan por personas que creen conocer, o por totales desconocidos. En otros casos votan por símbolos sin que importe el fondo. Los supuestos planes de gobierno que muestran los partidos, en tiempos de campaña, no son más que listas para satisfacer grupos de interés.
Y luego los partidos y los políticos que los controlan quieren tener el monopolio de la participación política; porque, si no lo tuvieran, ¿quién los tomaría en serio?
Por eso es perversa la idea de obligar a los políticos a atarse a un partido. Yo creo que, en lo que evoluciona la cultura política y democrática chapina, los políticos deberían poder moverse de acuerdo con su conciencia, o con su falta de conciencia. Así, la gente aprendería a conocerlos. Sabría cuáles son sus colores, o su falta de ellos. Yo creo que la cultura política y democrática de los chapines no evolucionará para bien, si el sistema se vuelve anquilosado. Una de las ventajas que tiene la democracia es que, a los ciudadanos, nos permite aprender de nuestros errores; y si esa posibilidad es anulada en apariencia, por normas que impiden la flexibilidad, eso opera contra la democracia misma. Y peor aún, opera contra el sistema republicano, sólo para favorecer a los más incapaces y a los más sinvergüenzas.
Si una organización política no es capaz de mantener voluntaria y pacíficamente la lealtad de sus miembros, y la de sus electores, yo digo que esa organización debería desaparecer ominosamente. Y que ninguna ley debería ser elaborada para mantenerla viva artificialmente.
Yo digo que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo debería mantenerse al margen de este asunto. Y en Guatemala, por cierto, shute quiere decir metiche, o entrometido.
Creo que la solución no es atar al candidato al partido, sino atar al candidato a una comunidad específica de votantes. Digamos que a cada cantón o municipio se le da x número de escaños conforme a su cantidad de residentes. Cada candidato puede competir solo por uno de esos escaños y no puede trasladarse a otro durante su vida. Solo los residentes de esa comunidad pueden votar por su o sus escaños. De esta forma el diputado ya no puede recurrir al transfuguismo para evadir su responsabilidad política porque será siempre responsable ante la comunidad que es dueña de su escaño.