En la Primaria tuve un maestro que, cuando los estudiantes estábamos fastidiando mucho, nos apretaba, en el hombro, al estilo del doctor Spock. ¡Y eso como duele! En la Secundaria, tuve una maestra que, cuando nos poníamos pesados, nos golpeaba con una regla en las yemas de los dedos, con estos cerrados; y en otro colegio, llegué en el año en que la directora dejó de usar un puntero con el que les daba en los camotes a quienes colmaban su paciencia.
Más tarde, en la universidad, conocí a dos profesores que eran infames por ejercer el terrorismo psicológico sobre sus estudiantes, especialmente mujeres; y a otro que daba su clase mientras miraba fijamente los pechos de una compañera. También conocí a otro que, al nomás entrar al aula, sacaba un billete y se lo daba a la primera estudiante que encontraba, con la siguiente instrucción:
¡Negro y sin azúcar!
Eso es lo más cerca que estuve de maestros abusadores; y las historias vienen al caso porque hoy leo que, entre dos y tres de cada diez denuncias de abusos de menores
involucran a educadores.
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This entry was posted on jueves, abril 8th, 2010 at 4:49 pm and is filed under abusos, educación.
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