En el caso de que reencarne, me gustaría volver como un virus mortal, para contribuir en algo a solucionar la superpoblación dijo, en 1988, el fallecido Felipe, duque de Edimburgo y a mí lo primero que se me ocurrió cuando leí que había muerto es que ojalá que no reencarne. Ni con canciones. Es que ya hemos pasado por una pandemia y sabemos que no es cosa de broma. No sólo por las muertes y otros efectos en la salud física y mental; sino por la pérdida de libertad.
El esposo de Isabel II era muy dado a cometer gaffes de esa talla.
Metedura de pata aparte, aquel tipo de anti-humanismo es demasiado común entre líderes mundiales y billonarios. Es un tipo de arrogancia fatal y desprecio por la vida humana que solo puede derivarse de algún tipo de tara, o de una desconexión con la realidad causada por vivir en palacios, viajar en jets privados y gozar de yates. Felipe, por cierto, no tuvo uno, ni dos hijos, sino cuatro.
Un tuitero al que sigo porque es ingenioso y sus opiniones suelen orientarme bien lamentó que con la muerte del Duque se fue uno de los últimos que quedaban de aquel viejo y mejor mundo; y es posible que, en cierto sentido, eso sea cierto. Pero a mí se me hace cuesta arriba sentir mucha nostalgia por alguien que le gustaría ser un virus para matar miles, o millones de personas.
Adiós creepy Phillip.